Educación, promoción y represión

La causa de lo causado es la pérdida de valores sociales, éticos y políticos, sin los cuales se corrompe el ciudadano y se pudren las instituciones.

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La Lógica enseña que La causa de la causa es causa de lo causado y no debe olvidarse cuando nos referimos a la cosa pública. Ataquemos de raíz nuestros males, no solo sus efectos.

Si el gobierno persigue al crimen organizado y éste cada día es más violento; si los despidos de miles de policías y las persecuciones de ex gobernadores, alcaldes, jueces, magistrados, líderes, empresarios y demás parecen un cuento de nunca acabar, es una ocurrencia de Perogrullo reducir todo a la corrupción y a la impunidad.

Estos males endémicos —que no se pueden dar el uno sin el otro—constituyen la primera explicación de lo que sucede, pero no nos engañemos: la causa de lo causado es la pérdida de valores sociales, éticos y políticos, sin los cuales se corrompe el ciudadano y se pudren las instituciones. De los valores religiosos, que nos platiquen los ministros de los cultos. 

Nadie puede negar que el crimen organizado —a pesar de muertos, encarcelados y extraditados— sigue haciendo de las suyas, entre ellos (los grupos delincuenciales) y contra la sociedad; sabemos que a los sacerdotes pederastas sus superiores los remueven o los mandan a meditar; los negocios de empresarios privados con funcionarios públicos no son esporádicos; los maestros disidentes cobran por dar cursos de barbarie; es permanente el paisaje televisivo de chusmas que agreden a policías y a ciudadanos en festín de montoneros; las fosas clandestinas reducen clientela a los panteones municipales.

Esta realidad obliga a: 

UNO.- Emprender una gran cruzada educativa y cultural encabezada por el gobierno, con el apoyo de la sociedad y con la invaluable participación de los medios de comunicación, para evitar que niños y jóvenes vivan la violencia desde sus hogares y lograr que se forjen en el amor, en el honor, en el deber, en el verdadero valor, en el estudio, en el trabajo, en las virtudes cívicas y en sus responsabilidades sociales. De no llevar a cabo esta urgente y noble tarea México seguirá padeciendo generaciones perdidas, inútiles y violentas, para las que no alcanzarán cárceles ni tumbas clandestinas. 

DOS.- La clase dirigente debe asumir sin dilación su compromiso de apoyar al gobierno frente a docenas de millones de seres humanos que no buscan caridad y que merecen oportunidades. 

TRES.- El gobierno debe entender, de una vez por todas, que sus acciones educativas y de promoción deben ir acompañadas de su responsabilidad represiva. Así, con todas sus letras. Para los disidentes: respeto, tolerancia y atención; para los violentos: represión. 

No me refiero a un gobierno autoritario, déspota, asesino, violador de derechos humanos; hablo de un gobierno que ejerza responsablemente el monopolio de la fuerza contra los violentos —sean ricos o pobres, fuertes o débiles—, pues al no hacerlo termina siendo él causa de lo causado; resulta culpable de la depredación social y los crímenes también son suyos. 

Juntos, sociedad, gobierno y medios de comunicación, podemos evitar que lo peor esté por venir. 

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