El arte es una forma de vida

Pensamos en arte y de repente nos llegan a la mente sinfonías, esculturas, novelas, cuadros, etc. Pienso en este momento...

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Pensamos en arte y de repente nos llegan a la mente sinfonías, esculturas, novelas, cuadros, etc. Pienso en este momento en la bóveda de La Capilla Sixtina, obra de Miguel Ángel; La Gioconda, de da Vinci; Las cuatro estaciones, de Vivaldi; el poema “Primero sueño”, de Sor Juana; y luego aparece en mi mente Eugenio Derbez, como Armando Hoyos, diciendo: “Entre tu arte y mi arte… prefiero miarte”.

En la Antigua Grecia se creía que eran Las Nueve Musas quienes presidían las ramas de las artes y ciencias. Entre ellas: Calíope, que presidía la poesía en general; Clío, presidía la historia y el canto épico; y Polimnia el canto, danza y música sacra.

Pero ahora sabemos que es nuestro contexto lo que en verdad inspira el arte. Hay una tendencia de ver el arte como concepto abstracto que requiere análisis y explicación. Una tendencia a la que debemos resistir, según el filósofo británico Richard Wollheim, pues para comprender plenamente el arte, debemos definirlo siempre en relación con su contexto social. Por eso dice que el arte es una “forma de vida”, porque refleja nuestras experiencias, hábitos y capacidades individuales. Los artistas se hallan condicionados por su medio – sus creencias, historia, carácter, necesidades físicas, emociones y comunidades – y el mundo que representan es un mundo en constante cambio.

El Romanticismo, por ejemplo, es el movimiento que surge en contra del racionalismo y de la frialdad con que se veía al mundo. A finales del siglo XVIII estalló un descontento contra los poderes absolutistas, y se presentaron al unísono diferentes batallas y cambios de conciencia. Y por eso en Alemania, Hamman, Herder y Goethe, emprendieron un movimiento contra la excesiva tradición literaria racionalista, al cual llamaron “La tormenta y la pasión”, bajo el argumento de que “el sentimiento, y no la razón, es lo que da impulso al arte”.

Vemos también cómo Diego Rivera utilizó sus obras como un medio para explorar las ideologías sociales, políticas y religiosas. Y su mural en el Palacio Nacional en México representa la dilatada historia de la nación. Y que gran parte de su obra se basa en la Revolución de 1910.

En el siglo XX, cubismo, expresionismo, futurismo y dadaísmo son los grandes movimientos que nacen y crecen en torno a la Gran Guerra, y la huella bélica se dejó sentir entre sus practicantes.

Podemos ver cómo es que a partir de situaciones extremas y condiciones sociales aciagas, que el arte florece. Porque es una escapatoria y a la vez una defensa, y porque es a través del arte que se manifiesta el descontento, se expresan los sentimientos, y anhelos de un mundo mejor.

Y por eso, Kundera dice en su novela “La inmortalidad”: “Quienes crean merecen más admiración que quienes gobiernan. Que la creación es más que el poder, y el arte más que la política. Que inmortales son las obras y no las guerras y los bailes y los príncipes”.

Cuánto apenan los recortes actuales a los presupuestos de cultura. A lo largo de la historia, pocas veces se les ha dado gran apoyo y respaldo a los artistas. Beethoven toda su vida fue pobre; Wagner se veía en la necesidad de recurrir a la realeza en busca de apoyos, y aun así murió en la pobreza.

Se necesitan más becas y recursos destinados a los artistas, para que no haya más que, como Modigiliani, mueran de frío, con tuberculosis y en la miseria absoluta; o como Monet, padre del impresionismo, que apenas subsistía con una pequeña pensión que le daba su familia por lástima.

Sin arte, la vida sería vacía, sería un error. Sin el arte, la vida sería apenas una aglomeración de sucesos y objetos monótonos y sin sentido. El arte es lo que le da verdadero color, sonido, sentido y sabor a la existencia.

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