El costo ignorado de la reforma educativa
La nueva reforma educativo arrebató, al menos parcialmente, el control de los maestros del sindicato y la puso en manos el Estado mexicano.
En algún momento de la segunda mitad del sexenio pasado, cuando el ánimo de la opinión publicada estaba en lo más alto contra Elba Esther Gordillo, entonces líder del magisterio, y se agitaban las cosas en la normal de Ayotzinapa, un viejo y experimentado funcionario del CISEN me dijo en una plática informal: “Más valdría que alguien pensara qué vamos a hacer con estos maestros cuando se acabe Elba Esther y la CNTE se salga de control”.
Ha pasado un año desde que el actual gobierno y los partidos de oposición bajo el paraguas del Pacto por México propusieron y aprobaron la reforma constitucional que arrebató, al menos parcialmente, el control de la vida de los maestros de las manos del sindicato y la puso en manos el Estado mexicano. Digo parcialmente porque las leyes secundarias dejaron rendijas suficientes para que por la vía de los Congresos locales el SNTE y la CNTE recuperen sus prebendas; pero eso es materia de otro texto.
El gobierno de Peña Nieto preparó con cautela el arresto y consignación contra la señora Gordillo, evidentemente preparó la transición de terciopelo al interior del sindicato; pero es también evidente que nadie pensó en qué iba suceder con la coordinadora y otras organizaciones magisteriales que alrededor del país no dependían directamente de las redes de Elba Esther.
Como ayer lo documentó Juan Pablo Becerra-Acosta en estas páginas, el gobierno sabe que hay múltiples vasos comunicantes entre el movimiento magisterial disidente y movimientos revolucionarios armados en estados como Guerrero y Oaxaca. En Michoacán, al coctel se agregan las organizaciones de narcotraficantes.
Hay una larga tradición, no solo en México, de relación entre el magisterio crítico y movimientos de rebelión e insurgencia. Lucio Cabañas, Genaro Vázquez, Othón Salazar fueron, todos, maestros, igual que algunos de los eperristas originales.
En su afán de acabar con Gordillo y demostrar a sus contrapartes del Pacto su voluntad reformista, el gobierno no parece haberse detenido en pensar como lidiaría con los movimientos magisteriales locales ante la ausencia de Gordillo.
Hoy, los movimientos insurgentes han llenado esos vacíos.
No es asunto sencillo y no se soluciona por la mala.
Alguien debería ocuparse en serio.