El derecho a equivocarse

Cuando alguien se equivoca marcando nuestra carne o nuestro corazón, es cuando realmente ponemos a prueba nuestro entendimiento.

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Hace algunos años, un amigo médico me contó que en alguna ocasión a la clínica en que trabajaba había llegado una mujer con un problema de salud que ameritaba una serie de estudios de laboratorio que se le realizaron; hecho el diagnóstico él mismo procedió a darle el tratamiento respectivo, pero durante un tiempo más la salud de la mujer no sólo no se recuperaba sino que incluso empeoraba. 

Ante los nulos resultados se procedió a otra serie de análisis y cuál sería la sorpresa al enterarse que los nuevos resultados indicaban otro padecimiento; el diagnóstico anterior era de otro paciente y erróneamente se había tomado para ella. 

El retraso en la atención del padecimiento había originado mayores problemas de salud a la mujer y su recuperación no sólo fue más tardada sino más dolorosa; consternado y avergonzado, mi amigo se esforzaba por recuperar la salud de su paciente lo más pronto posible. Varios meses después ella lo volvió a visitar, pero, lejos de reclamarle, su intención fue brindarle tranquilidad y demostrarle lo bien que se encontraba. 

Todos entendemos en teoría que errar es humano, pero cuando el error nos lastima, nos marca con el sufrimiento y el dolor, es cuando hay que tener un gran espíritu, una gran claridad de alma y una buena dosis de bondad para poder llevar a la vida real el pensamiento de que cualquiera puede equivocarse. 

Cuando alguien se equivoca marcando nuestra carne o nuestro corazón, es cuando realmente ponemos a prueba nuestro entendimiento de que cualquiera puede equivocarse, empezando por nosotros. Todos nos hemos equivocado, nosotros también  y continuaremos haciéndolo  muchas veces en nuestra vida.

No creo que realmente exista un “derecho” a equivocarse, nadie tiene ese derecho, lo que sí tenemos es el derecho a ser comprendidos en nuestros errores, a que nuestros desaciertos, errores de juicio o francas tonterías sean miradas con piedad, entendiendo todos que los seres humanos no somos perfectos pero sí perfectibles; ni somos ni llegaremos a la perfección, al menos no en esta vida, pero podemos tender a ella y parte de nuestra misión en el mundo es irnos puliendo como seres humanos, mejorándonos día a día y siendo hoy un poquito mejores que ayer.

La intolerancia a los errores me parece más propia de los jóvenes, ya que para ellos en algún momento de su vida todo es o blanco o negro, o bueno o malo; los años de vida nos dan la oportunidad de ver que hay demasiados matices en la vida como para ser tan categóricos. Debemos todos desear lo bueno y aspirar al ideal, pero aceptar a los seres humanos como son significa cargarnos al hombro unos buenos costales repletos de perdón ante los errores propios y los ajenos.

De hecho el ser humano llega a ser más maduro mientras mayor capacidad de perdón logra desarrollar; llegamos a poder perdonar cuando nos damos cuenta de cuánto perdón necesitamos en nuestra propia vida; si comprendemos la necesidad de ser perdonados por nuestras miserias podremos entonces comprender y perdonar con mayor certeza.

En lo personal he cometido tal cantidad de errores en la vida que sólo la misericordia y piedad de quienes me rodean me han permitido sobrevivir a mis errores; a pesar de mis vergüenzas personales han existido seres humanos que con amor han comprendido mis equivocaciones y tonterías en la vida y la han bendecido con su presencia y perdón. 

Es así que apenas esta misma semana he tenido la oportunidad de lucir uno de mis más grandes errores de los últimos tiempos y sólo el perdón de mis hermanos de viaje en esta vida me traerá la paz suficiente para continuar.

Nuestras vidas nos dan tantas oportunidades de equivocarnos que el que llega a viejo con rencores es que no ha tenido profundidad en la mirada; si miramos con atención a nuestro interior, encontraremos tal cantidad de fallos, en ocasiones tal egoísmo, que nos servirá para no juzgar en exceso los errores de los demás.

Los seres humanos hermanados en el error estamos también hermanados en el perdón; es en la visión profunda de nuestra realidad imperfecta donde encontraremos la razón del perdón al que nos ha ofendido, ha marcado nuestros días y noches con el sufrimiento y la angustia. 

Hay que reconocer que somos falibles, levantar el rostro, sonreír un poco ante nuestras tonterías y seguir con verdadero amor en la construcción de nosotros mismos, esperando que perdonen nuestras ofensas como nosotros hemos perdonado a los que nos ofenden.

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