El derecho a violar

En India, millones de niñas son abortadas para que no sean una carga para sus padres.

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A las 8:30 de la noche del 16 de diciembre de 2012, en Nueva Delhi, una mujer de 23 años y un amigo suyo abordaron un autobús para dirigirse a casa después de haber ido al cine; en el autobús se encontraban seis hombres: el chofer  y cinco pasajeros, el vehículo abandonó su ruta normal y los cinco hombres atacaron a la pareja.

El acompañante, al tratar de defender a su amiga, fue amarrado y golpeado salvajemente hasta perder la conciencia, la mujer fue brutalmente violada, en su desesperación por defenderse logró arañar y morder a algunos de sus atacantes, la reacción fue de un salvajismo inhumano, violándola repetidamente con una barra de metal y golpeándola hasta dejarla prácticamente agonizando; posteriormente ambos fueron arrojados a la calle.

Después de trece días de agonía la mujer perdió la vida, los violadores fueron detenidos al día siguiente, la protesta de un numeroso sector de la sociedad y la condena internacional obligaron al sistema judicial a aplicar todo el rigor de la ley y los atacantes fueron condenados a pena de muerte.

La realizadora británica Leslee Udwin acaba de presentar un documental llamado “La hija de India”, en el que entrevistó a algunos de los condenados a muerte. Esperando encontrarse con unos monstruos quedó impresionada del aspecto tan normal que aquellos asesinos tenían: seres humanos como cualquier otro que camina por las calles. Así fue como entrevistó a Mukesh Singh, el chofer del autobús, quien a lo largo de 16 horas explicó con detalle los acontecimientos sin mostrar el más mínimo arrepentimiento o dolor y justificando a plenitud los hechos.

Singh aseguró que la mujer “cuando era violada no debió defenderse. Debió estar en silencio y permitir la violación. Entonces la hubiéramos dejado con vida y sólo golpearíamos al hombre”. Justificando sus actos y los de sus secuaces, Singh dijo que “una mujer decente no deambula por ahí a las 9 de la noche. Una mujer es mucho más responsable de una violación que un hombre”. Más adelante aseguró que las mujeres deben estar dedicadas al trabajo doméstico y no estar saliendo a discos y bares usando ropa inadecuada, y que las personas “tienen derecho a darles una lección”, situación que la mujer debió haber aceptado.

Acciones y pensamientos tan aberrantes son de esperarse en una sociedad donde por ley los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos, pero que en la práctica esto no sucede; donde, gracias a los ultrasonidos, millones de niñas son abortadas para que no sean una carga para sus padres. La mujer que tiene una hija debe entregar una dote al marido casi agradeciéndole por llevársela y como si tuviera que resarcirlo por tener que aceptarla en su vida. Cuando la vida y la dignidad de una mujer valen tan poco, es comprensible que se llegue a considerar que existe el derecho de violarlas.

No puedo evitar pensar en nuestro país, donde la situación de la mujer en las comunidades marginadas y en algunos otros ambientes es vivir el dolor por el abuso y la brutalidad del hombre. Bien sabemos que nosotros, como sociedad, no somos inmunes a la práctica de la denigración de la dignidad de la mujer y que en miles y miles de casos en nuestro país han sido y siguen siendo abusadas física y psicológicamente; lo peor es que en la enorme mayoría de los casos beben este veneno de las manos de aquellos que más deberían considerarlas, sus hermanos, padres y esposos.

Y no sólo existe la gran violencia, sino también la pequeña violencia de cada día, por medio de la que una pareja controladora, abusiva y dominante, quiere conducir la vida de la mujer para que responda sólo a sus pretensiones, para que la mujer viva lo que el hombre desee y como el hombre desee, secuestrando sus anhelos, quebrando sus ilusiones, negando su derecho a elegir y encadenando su libertad para ponerla al servicio del capricho del hombre.

Muy orgulloso estoy de los incomparables logros del ser humano, orgulloso de ser hombre y de lo que hemos logrado, pero al mismo tiempo no puedo evitar sentir vergüenza por los que siendo hombres como yo coartan la existencia y las esperanzas de nuestras compañeras de viaje, las mujeres por las cuales se produce el milagro de la vida humana.

Habría que pedirle a estos devoradores de la dignidad femenina que, antes de atentar contra la mujer, recuerden que un cálido seno materno los acunó nueve meses antes de llegar a este mundo y ahora pagan a las que con amor los engendraron  con violencia, dolor y muerte.

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