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"Uno nunca sabe para quién trabaja”, debe haber pensado Marcelo Ebrard el domingo cuando vio las fotografías del templete en el Zócalo durante la marcha convocada por el Partido de la Revolución Democrática contra una reforma energética que cambie el texto constitucional.

Ahí estaban todos: René Bejarano, Dolores Padierna, Armando Quintero, Amalia García, Alejandro Fernández, Pablo Gómez, Arturo Núñez, Carlos Sotelo, Jesús Ortega, Graco Ramírez, Carlos Navarrete, Silvano Aureoles, Francisco Hernández Juárez, Miguel Ángel Mancera y Cuauhtémoc Cárdenas.  

Era un templete que combinaba acceso a recursos económicos, capacidad de movilización, control de aparato partidista, influencia legislativa… Es verdad que en su mayoría son amistades de conveniencia y que muchos hubieran empujado a los otros al abismo, pero saben de la importancia de la foto, del templete, del registro. 

Y estaban ahí porque Ebrard los había orillado. Fue el ex jefe de Gobierno capitalino el que arrancó la campaña antirreforma después de las declaraciones de Enrique Peña Nieto a medios extranjeros, fue él quien arrancó lo de las firmas y la consulta. Fue esa campaña de Ebrard la que hizo imposible al perredismo del Pacto siquiera acercarse a la propuesta del gobierno. 

Pues el día que se llenó el Zócalo de banderas amarillas para apoyar la posición que Ebrard propuso, Ebrard se quedó en su casa. Muy su gusto y muy a gusto, si no fuera porque él quiere presidir el partido de las banderas amarillas. 

Ebrard ha dicho que sus encuestas señalan que él sería el mejor presidente para el partido de la izquierda mexicana, ha criticado con dureza el liderazgo de Los Chuchos y ha advertido de un futuro desastre electoral si no se cambian los rumbos del sol azteca. 

Pero presidir el PRD, supongo, se trata también de negociar con cada uno de los personajes del templete. Aun y si no es uno el orador principal, aun y si uno detesta y desprecia a la mitad de los que saluda. Y presidir el PRD es dejarse ver por los miles que estaban en la plancha del Zócalo, y dejarse tocar y saludar y esa  s cosas que hacen los políticos. 

No es la primera decisión extraña en la carrera de Marcelo. No tengo claro si fue la última. 

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