El gran Cocodrilo
El 18 de junio se cumplieron cien años del nacimiento del poeta Efraín Huerta, que fue cómplice de Octavio Paz y Rafael Solana, nacidos los tres en 1914.
El 18 de junio se cumplieron cien años del nacimiento de Efraín Huerta, voz que nutrió la voz de muchos y caló hondo en los jóvenes que siguieron al 68 y leyeron su poesía, a flor de piel, contagiados de su autenticidad y el desencuentro con el poder, los eufemismos de los dandis de la literatura y los solemnes de todas deshoras.
Después de estar casi proscrito, en sus últimas publicaciones redobla su vieja invención del poemínimo, diferente del “meditado epigrama”, con un “maligno toque poético” a cien años luz del haikú, ni aforismo, apotegma o dogma, dice Huerta: «Para llegar o medio llegar a un acuerdo inventé el término apodogma –y todos tan intranquilos».
Palabras que recrean algún dicho fosilizado por el uso que es revivido y electrificado por la voz del poeta: «Creo que cada poema es un mundo. Un mundo y un aparte. Un territorio cercado, al que no deben penetrar los totalmente indocumentados, los censores, los líricamente desmadrados… Dislocar y traslocar; crear, es el único secreto de esta singular forma de expresar referencias maternales sin llegar jamás a los extremos líricos y delictuosos de la mentada por la mentada misma».
Fue cómplice de Octavio Paz y Rafael Solana, nacidos los tres en 1914, en la revista Taller que nombra su generación. Su voz temprana inauguró una nueva manera de decir, percibida poco en su momento. La aparición en 1944 de Los hombres del Alba es un hito, obra cenital de la poesía latinoamericana del siglo XX.
Dice contundente Carlos Montemayor: «Efraín Huerta no es desde entonces el poeta que canoniza al mundo o que lo canta con asombro: es el poeta que lo habita, que participa, que tiene su mortal reino en él… una verdad dicha “sin encubrimientos poéticos” que contrasta con la poesía malabarista e innocua que en esos mismos días firmara Octavio Paz… Esa voz viril, directa, consolidó para siempre una mirada limpísima de lo que es posible mirar, no soñar».
Nunca dejó la izquierda, lo que le valió la simplificación de ser considerado un poeta social, de lo que se mofa: «“Nació en Silao. 1914. Autor de versos de contenido social”. Embustero Larousse. Yo sólo escribo versos de contenido sexual». Como impulsor del movimiento neovanguardista, el Cocodrilismo, fue llamado El gran Cocodrilo y como tal representado en obra gráfica memorable. Su hijo, el poeta David Huerta, comenta que nunca buscó labrarse fama, sino que fue un bohemio, un gran conversador: «Primero /Que nada: /Me complace /Enormísimamente /Ser /Un buen /Poeta /De segunda /Del /Tercer /Mundo».
Y en Perra nostalgia se recuerda entre sus pares: «Estaba /el primer libro de Rafael Solana /el primero de Octavio /Se conspiraba se era pobre /se empurpuraba la poesía /porque queríamos ser /recelar masturbar el viento /aromar la algarabía… /vagar /estudiar /criminalmente… /y emprender la fuga /decisiva /con pasos de tezontle /y un hambre endemoniada /La poesía es una santa /laica /liberalmente emputecida /hasta el cansancio».