El guiño en la copa
Le saludó con la mirada más dulce y la sonrisa más ingenua que pudo regalarle.
-No puedo ir por la vida besando todos los corazones rotos que se atraviesen en mi camino -dijo con determinación-.
No puedo ir por la vida besando desconocidos -repitió, probando una nueva variación en el tono de su voz. Se quedó en silencio un instante, que fue interrumpido por el ruido del teléfono. Miró de reojo su reflejo, contestó y se apresuró a salir, respirando hondo y fingiendo casualidad mientras corría hasta la puerta. Cerró con cuidado y bajó las escaleras hasta su encuentro.
Le saludó con la mirada más dulce y la sonrisa más ingenua que pudo regalarle, procurando que su falda no se la llevara el viento. Entró en el coche y le vio pasar frente al cofre mientras, en uno de los espejos, su reflejo le regresaba un guiño.
Siguiendo los primeros acordes de “slither” que sonaba en algún reproductor, tamborileó con los dedos en una mesita y se cruzó de piernas, mirando a lo lejos en la penumbra la silueta del cuerpo que desentonaba con la alfombra. Tomó un sorbo de vino mientras Scott Weiland coreaba: “Here comes the water, it’s come to wash away the sins of you and I, this time you see”, y miró su reflejo en la copa -¿qué voy a hacer contigo? -preguntó divertida, chasqueando la lengua con desaprobación y apagando de un soplido la última vela.