El henequén está muerto

Hoy día no hay joven campesino que quiera sumirse en las profundidades del plantío a cortar y sacar a lomos las pencas.

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Si se miran con algo de detenimiento las imágenes del acto de entrega de apoyos a productores de henequén, realizado el sábado 5, en Dzemul, y presidido por el gobernador Rolando Zapata Bello, el sentimiento  es, en vez del optimismo por la buena nueva de que aumentó la producción de agave un 13 por ciento en  2013, el de una profunda tristeza.

Entre quienes recibieron los apoyos  no encuentra usted un rostro ya no digamos joven sino siquiera en edad madura. Todos son mínimo de 50 años de edad. La mayoría caen, sin duda, en el rango de la ancianidad.
Y es que si la malhadada reordenación henequenera –un suceso nefasto en la vida política y económica de Yucatán que consistió en la aniquilación de la industria y en la dispersión hacia otras actividades (como la pesca en la cual se causó depredación) de miles y miles de campesinos que tenían el cultivo del agave como herencia ancestral- algo dejó fue una estela de destrucción en el campo yucateco y de abandono, un desastre ante el cual lo que se haga son paliativos.

Lo voy a decir aquí muy claro –aunque sé que no me van a hacer caso-: aún hoy día seguimos sufriendo las consecuencias de una decisión que condujo a desmantelar una actividad que dio riqueza al Estado –mal repartida y alcanzada mediante la explotación del campesino maya, pero riqueza-, y puso a Yucatán en los mercados mundiales como líder en la producción de agave, la cual llegó a alcanzar hasta 120 mil toneladas anuales.

Hoy día no hay joven campesino que quiera sumirse en las profundidades del plantío a cortar y sacar a lomos las pencas. El trabajo quedó en manos de quienes, por su edad, no pudieron huir hacia la pesca (donde han muerto cientos de inexpertos pescadores) o largarse a Estados Unidos. Las cinco mil toneladas que  se producen apenas alcanzan para hacer artesanías. Al henequén lo mataron y los muy loables esfuerzos oficiales por revivirlo se dan de cara contra la terca realidad.

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