El hombre y la naturaleza

La ciencia apenas podría conocer y haber descrito entre un 6 y un 20 por ciento de la diversidad mundial de las especies.

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Los seres vivos han conquistado prácticamente cada espacio del planeta; están presentes desde la profundidad de los océanos y las altas montañas, hasta los cálidos trópicos y las frías regiones polares y los desiertos.

 Todo ello ha sido el resultado de una extraordinaria diversificación de formas, es decir, de su evolución en muchas y diversas especies. Actualmente, en las aguas y tierras del planeta sobreviven millones de especies distintas, muchas de ellas, se dice, no han sido descubiertas y menos aún clasificadas por los científicos. 

La biodiversidad es el resultado de miles de millones de años de evolución; se cree que los primeros organismos unicelulares aparecieron hace 3 mil 500 millones de años. A la fecha los estudiosos de la naturaleza han detallado a poco más de un millón de especies y cada año se integran a las listas 16 mil especies más. 

Aproximadamente tres cuartas partes de estos descubrimientos corresponden a insectos tales como hormigas, abejas, libélulas y escarabajos, que además representan la mayoría de los animales del planeta. Aunque este número ya es muy grande, los científicos calculan que podría haber entre 5 y 30 millones de especies más sin descubrir. 

Con todo esto, podemos decir que la ciencia apenas podría conocer y haber descrito entre un 6 y un 20 por ciento de la diversidad mundial de las especies que se considera que existen. La diversidad de la naturaleza no sólo se refleja en la gran variedad de especies que habitan un país o una región, sino también en las diferencias que existen entre los individuos de una misma especie o entre los distintos ecosistemas. 

Seguramente, amigo lector, ha notado que dos ceibas no son exactamente iguales entre sí, aunque su parecido sea asombroso, tampoco dos jaguares son idénticos ni dos selvas o dos valles van a ser iguales aunque sus características sean las mismas. 

Como podemos ver, la biodiversidad es muy compleja, y para su estudio los científicos la han agrupado en tres niveles: diversidad genética, de especies y de ecosistemas. Estos niveles no son independientes entre sí, sino que se integran unos dentro de otros. 

Dichas especies forman parte de un sistema complejo, en el cual interactúan con otras especies y con elementos abióticos como el suelo, el agua el aire, etc., conformándose a su vez diferentes ecosistemas. 

¿Se ha preguntado por qué cada individuo a pesar de que se parezca a otro, no es del todo igual y posee características que lo hacen único? Los animales, las plantas, así como todos y cada uno de nosotros somos diferentes. 

Esto es una expresión de lo que se llama genética, que también podemos apreciar en los colores y formas de los insectos, en los colores de los ojos y la piel de las personas. 

Debemos reconocer que la biodiversidad está íntimamente ligada a la genética y por tal razón nunca dejará de asombrarnos. 

Pero lamentablemente el principal destructor de nuestro medio natural es precisamente el mismo ser humano y que en su afán de acercarse al desarrollo ha iniciado un cambio desmedido del medio natural por grandes superficies de concreto y esto a final de cuentas nos genera un daño ambiental irreversible. 

Resultaría bueno que las autoridades pongan más cuidado en este tema, pues como ejemplo a diario podemos ver cómo han crecido los fraccionamientos de interés social y muchos de éstos carecen de espacios verdes y cuando la sociedad le reclama a las constructoras esa falta de áreas verdes de esparcimiento dichas constructoras se contactan con las autoridades y empiezan a llevar a cabo “jornadas de reforestación”, las cuales la mayoría de las veces no pasan de un acto protocolario y una semana de atención a los arbolitos plantados y nada más. 

Lo peor es que no entendemos que todo este daño tiene un efecto negativo para nosotros mismos, ya que al no haber árboles y tierras sanas que absorban el agua que cae en cada temporada vienen las inundaciones en las colonias en riesgo, lamentablemente las más pobres del país. Hoy tenemos la obligación de entender y difundir los valores éticos de la acción de la naturaleza. 

Es evidente que nuestra mera existencia y, por tanto, nuestra actividad humana forman parte de la biodiversidad; sólo que ahora el hombre tiene el poder de mantener o contribuir a la destrucción del medio ambiente, por lo que es obvio que tenemos la inmensa responsabilidad de medir las consecuencias de nuestros actos, sobre todo cuando nos hallamos inmersos en esa continua disyuntiva de tener que elegir permanentemente entre cumplir con nuestros objetivos de desarrollo y respetar el equilibrio del medio en donde vivimos.

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