El INE y los gobernadores

Un problema es la querencia hacia el chantaje que se ha incubado en las relaciones de la oposición con quien ostenta el poder.

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Un desafío mayor de la reforma electoral está en el ámbito de los comicios locales y sus órganos. La reforma presenta ambigüedad y evidente centralismo. En los próximos días dos procesos habrán de tener lugar: primero, la adecuación de los ordenamientos locales a lo ya aprobado por el Congreso y el constituyente permanente. Segundo, la designación por el INE de quienes habrán de encabezar los órganos electorales estatales y del DF.

Un problema a superar es la querencia hacia el chantaje que se ha incubado en las relaciones de la oposición con el gobierno. El problema no es ocasional, sino una inercia que viene de tiempo atrás y a la que todos los partidos han contribuido. La negociación con frecuencia ha sido subvertida por la imposición.

Así, por ejemplo, muchas de las posturas de la dirigencia de Acción Nacional en materia electoral fueron moneda de cambio para la reforma energética. De hecho, los problemas e insuficiencias mayores de las nuevas leyes electorales devienen de dicha práctica.

El acuerdo mayoritario llevó a un esquema centralista para la organización de las elecciones, pero con una imprecisa participación de los órganos locales. Cada vez son más frecuentes las expresiones descuidadas y poco comedidas hacia las autoridades locales por algunos de los nuevos consejeros del INE en un evidente sentido de satisfacer a los partidos opositores en el seno del Consejo General. También ha habido voces sensatas e inteligentes como las expresadas ayer por el consejero Javier Santiago Castillo, publicadas en colaboración en El Universal. Es de esperarse, el aludido encabezó el órgano electoral del DF y desde tal posición conoció las fortalezas e insuficiencias de otros órganos electorales. A menor familiaridad con la situación en el país, por no decir ignorancia, mayor es la inclinación hacia las baladronadas.

El problema mayor del INE no está en los gobernadores. Esto es un debate partidista, interesado y con objetivos claros.

Por ejemplo, en Nayarit, Roberto Sandoval está en la línea de fuego de sus opositores; es uno de los mandatarios con mayor nivel de aceptación; su imagen de honestidad es muy elevada según la opinión de sus gobernados. El presidente Enrique Peña Nieto y lo que ha hecho tienen en Nayarit la más elevada calificación.

La posibilidad de un triunfo amplio por su partido se perfila. Desde ahora, en el seno del INE y en los medios los opositores han sembrado la tesis de interferencia indebida. Más que insultos y descalificaciones, resultaría más útil una aproximación de lo que piensan los nayaritas y el escenario de votación que se perfila o quizás eso mismo es lo que motiva la descalificación, un intento temprano de ganar en el DF lo que los votos de los nayaritas no dan.

Los gobernadores, todos, al igual que los presidentes, todos, buscan y pretenden que sus partidos ganen elecciones. La cuestión es de límites en tal intención; la equidad es un tema, también la imparcialidad de las autoridades que organizan las elecciones. Los gobernantes del PAN son muestra de esta complicada circunstancia. Vicente Fox como presidente hizo campaña pública a favor de su candidato y contra el principal opositor.

Felipe Calderón se impuso en su partido y lo hizo instrumento de su gobierno hasta que Madero y Josefina Vázquez Mota le marcaron límites, no tan fuertes a grado tal de vaciar en las candidaturas al Senado parte de su gabinete. Según testimonios reiterados de ciudadanos y opositores, los gobernadores de Sinaloa y Puebla no solo interfieren en las elecciones, sino en la vida interna de los partidos de oposición.

El INE tiene en los partidos su principal problema. Son malos jugadores y peores perdedores. Aplauden a las autoridades electorales cuando ganan y les escupen cuando pierden.

Su objetivo es hacer del INE medio o instrumento para lograr sus propósitos. Los consejeros deben mantener no solo distancia, sino firmeza para no caer en el deterioro de la institucionalidad del órgano electoral y evitar complicar su desempeño al llevarlea la confrontación con las autoridades locales.

El tema es de reglas y principios, así como la capacidad para hacerlos valer, como queda manifiesto en el texto de Santiago Castillo. No hay necesidad de insultar, agredir o descalificar, solo decidir con claridad y apego a la ley, perfilar cuanto antes un árbitro firme y prudente. Lo que acredita y honra a las instituciones no son las palabras y la retórica de quienes las encabezan, sí las decisiones.

Son muchos los temas de debate y confrontación, naturales en toda democracia. En el devenir del país y de los cambios políticos uno de los mayores logros fue el IFE y su equivalente en los estados. El reto del INE es aprender del pasado y hacer virtuoso el cambio. Finalmente, entender que no es parte, sino medio para conducir institucionalmente la disputa por el poder.

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