El legado de Andrés (y 6)

Morena hace suyo uno de los peores problemas del PRD: su ineficacia.

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El funcionamiento general de Morena es consistente con la convicción de que es necesario un Buen Tirano, tanto para conducir al partido como al país. Se valora el autoritarismo como una herramienta de resistencia de los intereses populares frente a adversarios capaces de imponer otros, ilegítimos por sí mismos, a través de los instrumentos democráticos que, siempre, operan en favor de dichos adversarios, sea dentro o fuera de la ley. El dirigente central de este partido, López Obrador, puede actuar de esta forma con la mayor de las libertades en la conducción de su partido. 

Puede, y de hecho lo hace, suplantar al dirigente formal con su hijo, dar posiciones internas y electivas a sus amigos y aliados personales, asignar sueldos, colocarse por encima de los órganos de dirección (dentro de los cuales no acuerda, pues no reconoce pares), excluir a quien disiente de sus decisiones, decidir cualquier candidatura o manifestar su apoyo a candidatos de otros partidos.

De esta manera, Morena hace suyo uno de los peores problemas del PRD: su ineficacia para formar y desarrollar cuadros políticos. El nuevo partido, junto con su dirigente, desconfía de las visiones críticas, de los pensamientos no subordinados, y no reconoce más intereses legítimos que los del propio Andrés. 

Esto explica la aparentemente absurda decisión de sortear las candidaturas de representación proporcional. Al negarse a reconocer a través de éstas el mérito partidista y social de militantes y dirigentes, y al ocuparlas con ganadores de rifas, se logró bloquear eficazmente el crecimiento de cuadros. Este es el nuevo modelo de partido de izquierda. Para eso se rompió el PRD.

Andrés López no fue presidente de la República. Su obra no está pues ni en sus políticas públicas, ni en el cambio de rumbo que dio a la nación: éstos no existen. Su legado es otro. Si en 1988 Cuauhtémoc Cárdenas y muchos otros unieron e hicieron crecer a varias organizaciones al fundar una sola, el PRD, Andrés la rompió, disgregando la izquierda en cuatro partidos pequeños, tal como estaba en 1985. 

Sin embargo, en aquellos años era una izquierda crítica y abierta, que buscaba un futuro democrático para sí y para México, que había dejado atrás el caudillismo, el culto a la personalidad y otras taras y dogmas de un pasado autoritario. Ahora no.

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