El olvido
No. No puedo olvidar. Busco excusas que me den tranquilidad: no soy tan viejo para tener Alzheimer.
Y comencé a olvidar. No recuerdo si una mañana, una tarde o una noche. Fue de repente. Quise decir un nombre, de esos que habitualmente están en mi vida… pero había desparecido.
Me quedé en desconcierto tras infinitos segundos de concentración. Traté de encontrarla en algún recoveco de mi cerebro. Simplemente ya no estaba.
Sentí temor. De pronto, una oleada de cuestionamientos me hicieron palidecer ¿Y si olvido todos los nombres? ¿Y si los recuerdos se desvanecen y ya no reconozco nada? ¿Y si tu nombre se convierte en vacío? ¿Si tu rostro se vuelve un trazo desfigurado en el lienzo de mi memoria?
No. No puedo olvidar. Busco excusas que me den tranquilidad: no soy tan viejo para tener Alzheimer. Rectifico; se han dado casos de gente joven con esa enfermedad. A lo mejor tengo un tumor en el cerebro. Nooo. No quiero tener un tumor, y no es posible: no tengo dolores de cabeza, aunque, lo reconozco, me mareo con cierta frecuencia.
Debe ser la edad, aunque los años no sean muchos. No es lo mismo que cuando se tienen 18. ¡Sí! ¡Eso debe ser! Tengo que aceptarlo. Pero no lo creo, siempre he tenido excelente memoria.
¡Ya sé! Deben ser las presiones del momento, el estrés que subió de nivel. La obligación de aprenderme tantas fechas, tantos nombres, tantos hechos. Hay que pensar en tantas cosas, que unas se olvidan. Es normal. Trato de convencerme.
Me esfuerzo y lucho contra ella. Con el nombre olvidado que se niega a regresar. Está ahí, pero ¿cómo es? ¿De qué manera se escribe? ¿Cómo se pronuncia? ¿Existe? ¿Alguna vez la dije? Dudo...
Quizá sólo fue un mal momento, un chiste de mi memoria, aburrida de tanto tener que recordar.