El olvido

Como buenos contrarios, olvido y memoria no pueden cohabitar y porque algunos preferimos el primero a la segunda, hoy les dejo este último texto para que me recuerden, aunque yo acabe olvidándolo.

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Dotado de buena memoria, un día llegó el olvido. Primero los números, en especial los telefónicos. Pero lo alcanzaron las fechas. Después, los nombres; las personas me saludaban como si me conocieran de toda la vida y yo me quedaba con las preguntas rebotando en la cabeza: “¿Quién será, cómo se llama, dónde nos habremos conocido?” El acabose fue el tiempo: una mano mágica reseteó mi pasado.

No fue un problema; fue una bendición. Empecé a vivir sólo el presente. El pasado se esfuma enseguida de mi memoria. Y no me preocupa el futuro. Los demás no podían entender que vivir únicamente el presente, sin las preocupaciones del pasado y los temores por el futuro, fuera la fuente de mi felicidad.

Para expulsar sus demonios internos unos gritan, destruyen o, por otro lado, crean arte. Un negro pajarraco atrapado en el medio de esos extremos expulsó sus sobras en las redes sociales, en particular en Twitter, porque sus ocurrencias (que no ideas) eran tan cortas que cabían en menos de 140 caracteres.

Espejos de mi situación mental, mis tuits son burbujas que flotan y estallan enseguida. Muchos contactos no entienden mi fascinación por lo efímero. Lo resumió la queja de mi primer follower: “Dos coscorrones al @xkau que, como siempre, borró sus tuits antes que pudiera contestarle”.

Al alud de inconformidades, otr@ follower diagnosticó: “Padece trastorno del borrado compulsivo”. Sí, lo padezco. Y como no puedo borrar los hiper-tuits de mil 700 golpes que cada jueves El Poder de la Pluma me publicó durante poco más de un año, hoy me despido de ustedes, agradeciendo infinitamente haber gozado del honor de su lectura.

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