El Pacto se volvió moneda para el chantaje

En las filas de los posibles agraviados por la llegada de Peña Nieto al poder figuran no solamente los seguidores de Obrador.

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El PRI está de vuelta. No es ninguna novedad. Ganó las elecciones presidenciales en julio del año pasado. Recuperó posiciones en el Congreso. Gobierna en la gran mayoría de los estados libres y soberanos de la República.

Pero, ¿qué PRI es el que ahora lleva las riendas del poder en México? ¿Es el antiguo partido oficial, hegemónico y avasallador, dispuesto a lo que sea para consumar la materialidad del “carro completo” cada vez que hay votaciones? ¿Es la guarida donde se refugian politicastros autoritarios e intolerantes? ¿Es un trampolín para todos aquellos individuos deshonestos que desean hacer jugosos negocios en el servicio público?

¿Es un sistema diseñado para perpetuarse de nuevo en el poder? ¿Es una reedición de aquella “dictadura perfecta” que tan abiertamente denunció Mario Vargas Llosa? Dicho de otra manera, ¿su retorno significa, para México entero, una desalentadora vuelta al pasado, una suerte de restauración, sin más?

Desde luego, hay quienes así lo piensan y, encima, mucha gente se inquieta sinceramente de que se recomponga aquella maquinaria de control tan eficiente: el país daría entonces un preocupante paso atrás, política y socialmente. Pero hay también visiones que responden a intereses muy particulares y que desconocen deliberadamente las realidades del México de estos días.

Y no han necesitado siquiera arremeter contra los tricolores en particular para agitar, por ejemplo, el espantajo de ese “fraude electoral” que antes era, miren ustedes, una especialidad de la casa pero que, en el caso de un candidato que prefirió cuestionar la integridad de las instituciones a admitir su derrota, tuvo como principales acusados a los otros, a los del PAN, cuyo caballo ganador fue calificado inmediatamente de “espurio”.

Pues, habrían aprendido esos panistas muy rápidamente la lección —y las mañas de los antiguos mandamases— pero, más bien, quien que no olvidó sus orígenes y, en una especie de proyección hacia el exterior de sus propias presunciones, fue ese aspirante perdedor que, todavía a estas alturas del partido, sigue sin actualizarse y recitando la misma cantaleta. Eso sí, el nuevo inquilino de Los Pinos no es ya el “ilegítimo” de hace seis años sino que merece calificativos amoldados a la situación actual.

Ah, pero hay un nuevo elemento en el escenario de la política nacional. En las filas de los posibles agraviados por la llegada de Peña Nieto al poder figuran no solamente los seguidores de Obrador, que ya sabemos cómo son y en lo que están, sino los propios cofrades y asociados de la gente que, hasta hace unos cinco meses, gobernaba en este país.

Y estos derrotados han decidido ahora ponerse respondones aunque, en un primer momento, hayan celebrado ese famoso Pacto junto con los individuos más moderados y razonables de la subespecie perredista, a saber, esos miembros de las tribus que, en el partido del sol azteca, no rinden adoración incondicional al caudillo de Macuspana.

Unos y otros, luego del tropezón veracruzano protagonizado por unos oficiales de la Secretaría de Desarrollo Social demasiado ardorosos y muy poco prudentes, tienen ahora en sus manos un casus belli que ni mandado a hacer: y, así las cosas, no han intentado siquiera demostrar, con las pruebas en la mano, la responsabilidad directa de Rosario Robles. No.

Han pedido que le corten la cabeza, a las de ya, y han ido adonde el juez, a pedirle que ejerza, madre mía, acción penal en contra de la mujer; de paso, exigen que renuncie también el gobernador de Veracruz de Ignacio de la Llave.

No les ha bastado, en manera alguna, que la señora secretaria haya despedido de manera fulminante a siete funcionarios, entre ellos al delegado de la Sedesol en la entidad. Y, como siempre se pueden apretar más las tuercas, sobre todo cuando hay monedas de cambio de por medio, pues ahora condicionan, particularmente los panistas (y de manera expresa), su apoyo al Pacto con lo cual le están avisando al presidente de México que las cosas se pueden poner de veras mal.

Tal vez la única previsión que podrían tener todavía estos flamantes renegados, antes de quemar definitivamente las naves, es que el otro partido —el PRD, en este caso— pueda obtener jugosos dividendos al celebrar un exclusivo y privilegiado matrimonio con el partido gobernante. Imaginen ustedes esa alianza de la quedarían fatal y definitivamente excluidos: no es el mejor de los escenarios para el PAN, por decirlo tibiamente.

Ahora bien, todo puede ocurrir porque a la gente, muchas veces, le da por escupir hacia arriba o por dispararse a los propios pies. Lo malo es que están en juego cosas muy importantes; las futuras reformas, desde luego; pero, también, esa esperanza que teníamos los ciudadanos de que México se beneficiara, por una vez, de la civilidad de su clase política y de los acuerdos que pudiera lograr. Ya lo veremos…

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