El pensamiento mágico, el fisco y las bondades de un refresco
Son los ricos y las empresas los que utilizan el mercado de valores donde generan ganancias por las que no pagan impuestos.
No hay en el mundo de las políticas públicas un debate más revelador que el debate sobre los impuestos. ¿Quién y cuánto paga? ¿Quién y cuánto se debe pagar? ¿Cómo se debe gastar lo recaudado?
Es un debate que en México no tenemos mucho porque hasta ahora las propuestas de los gobiernos, cuando implicaban cobrar más impuestos, eran derrotadas casi desde su nacimiento. El empresariado, favorecido por una normatividad fiscal tan compleja como porosa, ha impedido por años reformas que lo igualen con empresas similares en países con condiciones similares a las nuestras.
Le gusta contar a Carlos Elizondo —experto en este tema— cómo nuestros ricos empresarios mexicanos poseen una de las flotas de aviones privados más numerosas del mundo, no porque seamos muy aficionados al vuelo, sino porque nuestra norma fiscal lo incentiva y premia.
Bien arropados por abogados de primera han logrado devoluciones estratosféricas y han construido una industria única en el mundo: la del amparo fiscal, del que solo se benefician las grandes empresas. Son los reyes de la consolidación y el diferimiento, que les permiten nunca pagar al fisco.
Son las empresas, por ejemplo, que desde hace años, cuando venden sus productos en la zona de la frontera al mismo precio que en Colima, se embolsan cinco por ciento a costa de los consumidores de Matamoros o Tijuana.
Han sido las empresas las que se han beneficiado de regímenes especiales —transportistas, grandes agricultores—; son los ricos y las empresas los que utilizan el mercado de valores donde generan ganancias por las que no pagan impuestos.
En fin.
Así que cuando leo y escucho una y otra vez aquello de que con esta reforma seguirán pagando “los de siempre”, me pregunto quiénes son ésos. ¿Dónde están?
Y si los números del INEGI y los del Coneval y los del Banco de México dicen que somos un país bastante jodido donde los que ganamos más de 40 mil pesos al mes somos muy, muy poquitos y por lo tanto no hay mucha base para dónde ampliarse, entonces debe ser el INEGI o el Coneval quienes estén mal. Porque “los de siempre” no pueden estar equivocados.
Ahora ya nos quieren convencer de los irrefutables beneficios de nutrirse con refrescos.