El precio de la conectividad

Todo tiene un pro y una contra. Internet, y especialmente las redes sociales, nos permiten conocer muchas realidades y puntos de vista...

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Todo tiene un pro y una contra. Internet, y especialmente las redes sociales, nos permiten conocer muchas realidades y puntos de vista que enriquecen nuestra vida y la forma en cómo la vemos, pero esta bondad no está exenta de un costo: la pérdida de la individualidad y el libre albedrio. 

Más allá de las cuestiones de la privacidad, o sobre quien es dueño de la información alojada en “la nube”, las redes sociales crearon un efecto de amalgama, de uniformidad sobre lo que es “necesario” y lo que no para ellas mismas, escenario en el cuál no cumplir con los cánones de la conciencia en red, equivale a un pecado digno de lapidación, del que muchos, en algún momento, hemos sido víctimas o victimarios, sin darle la mayor importancia, pues a fin de cuentas, es sólo “un chiste de la web”. 

El problema está en que el “boom” de Twitter, Facebook, Instagram, Vine, Tumblr y demás espacios de expresión, a la par que generaron una nueva escala de valores, también inhibieron la conciencia individual de los usuarios, colocando la opinión personal –y muchas veces, divergente- en el ámbito de lo prohibido o reaccionario: aquél que no piense, “tweetee” o publique conforme a la nueva tabla de lo “in”, queda fuera de red, apartado y señalado como un “tradicionalista”.  

Para agravar esta situación que día a día vivimos, medios de comunicación cuya base se encuentra en las redes sociales, aprovechan la mente colectiva de los usuarios, tan fácilmente manipulable, para generar tráfico a sus sitios y propuestas informativas, en detrimento de la misma información. Como ejemplo, está una publicación de Proceso sobre un supuesto viaje del presidente a jugar golf; “supuesto”, porque la misma nota clarifica que no se comprobó el hecho, pero como la publicación se redactó de forma tendenciosa, generó un aluvión de comentarios en Facebook, dando por cierta la premisa, y quien se atrevía a cuestionar su veracidad, era tachado de “ignorante”. Misma situación se dio con las revelaciones sobre el viaje a Europa que hizo el hijo de un edil en el Estado de México: la noticia se manipuló para buscar la indignación popular, no para que éstos pudiera dilucidar por sí mismos, si hubo o no delito.

Los usuarios de internet y su mente colectiva están a merced de quien sepa darles lo que desean leer y compartir, atrás quedaron los tiempo en que la web servía como un foro de expresión de ideas encontradas, pues hoy en día, la confrontación de posiciones no tiene el objetivo de crear una tercera vía, sino de ver quien ridiculiza a la otra, con el único afán de ser los poseedores de la verdad absoluta, misma que no pasará ni medio año, cuando una moda más popular la saque del juego. 

Los usuarios de las redes sociales prefieren guardarse lo social, con tal de seguir siendo parte de la red, pues, cuántas veces, amable lector, ha decidido no enviar su comentario en Facebook por temor a romper el “código moral” de su grupo o página favorita, incluso, sabiendo que lo que se está publicando es falso o tendencioso. Nuestra opinión es tan válida como el que más, sin embargo, decidimos suprimirla con tal de seguir en la comunidad global, aún a costa de la esencia misma del ser humano: la individualidad. 

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