El privilegio del opositor

Que ahora diputados soliciten el diezmo es un modesto efecto de una descomposición de tiempo atrás.

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Desde antes de la alternancia ser opositor se volvió privilegio. No cualquier opositor, pero sí el que decidiera entenderse con quien ostentaba el gobierno. Este precedente, ahora moneda común, inició en 1989, cuando la dirigencia del PAN señaló distancia al movimiento poselectoral Manuel Clouthier, quien se había aliado con Cuauhtémoc Cárdenas y doña Rosario Ibarra de Piedra para repudiar el resultado de la elección que favoreció al candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari.

El acuerdo con el PAN produjo muchos cambios al país y cambió el orden de cosas; iniciativas de origen presidencial, otras de convergencia y unas más exigencias propiamente del PAN. En lo político el país avanzó y el presidente Salinas ganó legitimidad, a grado tal que en unos cuantos meses obtenía amplia aceptación; el mismo Clouthier reclamaba que Salinas estaba gobernando con su programa y el PAN hablaba de una legitimidad derivada, aunque no de origen. 

La oposición real colapsó; el PRD se inauguraba en 1991 con un resultado electoral desastroso, a la vez que padecía la persecución ordenada desde la más elevada oficina del gobierno. 1994 fue desastre nacional, el año inició con el levantamiento zapatista, en marzo asesinaron a Colosio y en septiembre a Ruiz Massieu, en diciembre explota la inestabilidad financiera contenida durante el último año, la crisis exhibía los errores y la corrupción de la privatización salinista.

En 1997 la oposición recibe la mayoría en la Cámara de Diputados y de allí en adelante, con distintas cifras, el poder se trasladó del gabinete al Congreso. Allí los coordinadores parlamentarios y sus afines se volvieron los actores fundamentales, pero no para hacer reformas. 

Lo mismo gestionaban audiencias con ministros de la Corte o autoridades hacendarias en litigios millonarios, introducían adelantados en Pemex y Aduanas, intimidaban a los secretarios con auditorías o en ocasión de sus comparecencias; también la hacían de protectores de funcionarios acusados y muchas otras cosas más. 

Que ahora diputados soliciten el diezmo es un modesto efecto de una descomposición de tiempo atrás. Cierto es, la oposición en 1997 fue factor para distribuir cuantiosos recursos a los municipios, entonces, los más grandes gobernados por el PAN.

El privilegio de un opositor medianamente colaboracionista es que obtiene los beneficios de su interlocución con el poder sin comprometerse a más. En lo corto se avalan o facilitan decisiones, en lo público se rechazan. Paradójicamente, el poder que han ganado los legisladores en el centro, lo han perdido en sus respectivos territorios. 

En términos electorales quien gana no es quien más hace en el centro, sino quien está presente en su distrito o entidad. Ha habido gobernadores precedidos del cargo de legislador, pero su fuerza se derivó de su fortaleza meramente local.

La perversión de la oposición resulta del debilitamiento de los partidos. Los coordinadores parlamentarios pueden actuar con independencia y los beneficios no se dirigen al proyecto común, sino al del grupo o al propio. Le ocurrió al PRI y ahora le sucede al PAN. La disputa entre Madero y Cordero es estrictamente de poder en una lucha por la interlocución del PAN con el gobierno. 

Aunque Cordero es en apariencia el duro, su objetivo es ser él quien tenga el control de los votos; Madero aparenta ser el blando, pero es quien más ha logrado concesiones del gobierno estirando la liga al límite. El PAN con Madero ha logrado del poder lo que ningún otro opositor, incluyendo amnistía e inmunidad para los suyos y posiciones en el servicio exterior.

El PRD también ha obtenido una interlocución privilegiada con el gobierno. Los beneficios de programa, grupo y territorio no son pocos. La reforma política del DF es muestra, así como concesiones en el presupuesto que perfilan por igual programas, carreras políticas e intereses. 

Pero la dirigencia del PRD está bajo fuego interno y externo. Su determinación de abandonar al Pacto, más que un error, es cuestión de supervivencia del grupo en el poder frente a la inminente aprobación de la reforma energética.

La salida del PRD del Pacto es la mejor noticia para el PAN. Además, al gobierno le facilitaría negociar los acuerdos pendientes, pero, como ha ocurrido en el pasado, también implicaría compromisos, concesiones y exigencias no del todo legítimas u obsequiables. Muchas de las investigaciones pendientes por corrupción del pasado gobierno se demandaría archivar, igual que en el pasado el PRI lo demandara en el Pemexgate.

El PRI regional (legisladores y gobiernos locales) se mantienen leales al centro, pero la situación cambia cuando se asume que se ha llegado demasiado lejos. Así le ocurrió a Carlos Salinas en tiempo de las "concertacesiones" y a Zedillo con la reforma política y el incremento del IVA.

La salida del PRD, de mantenerse, rompe un equilibrio crítico para lograr reformas y altera una forma eficaz pero precaria de coexistencia de los partidos con el poder presidencial.

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