El que obedece no se equivoca, Pedro Joaquín
Ni siquiera un funcionario de su estatura puede ser secretario de Energía y tener generosos negocios con Pemex.
Antes, en los tiempos idílicos del “Arriba y adelante” y “La Solución somos todos”, alcanzar el nivel de alto funcionario era una cosa muy aspiracional, a través de la cual podías llegar al infinito y más allá. Era una maravilla que sin los manuales de autoayuda que hoy proliferan, provistos solo de una máxima: “El que obedece no se equivoca”, cualquier Gutierritos tocado por el dedazo adecuado, podía a acceder a la cueva de Alí Babá y a estados de bienestar cercanos a los de un líder sindical.
Y todo al ritmo de un clásico del pensamiento posmoderno tricolorizado: “No me den, solo póngame donde hay”. Así hemos visto con gran satisfacción cómo cientos de compatriotas condenados a una vida como la de cualquier mexicano, hoy pueden disponer de una casita chiquita, con jardines y calefacción central.
Tristemente esto ha cambiado y ya la idea de ser un alto funcionario para luego de trabajo fecundo y creador tener accesos a maravillas como El príncipe de la basura, se está terminando. Ahí están todos esos góbers preciosos que andan a salto de mata por las formas con las que despacharon con la cuchara grande. Bueno, ni siquiera un Godínez del gobierno de Sonora puede abanicarse con billetes de 500 para paliar el calor y lo obligaron a renunciar. Pobre, nadie se apiadó de su alma, ni siquiera porque en el apellido llevaba la penitencia: Woolfolk, o lo que es lo mismo, lana folclórica. Lo bueno es que tuvo tiempo de hacerle suficientes genuflexiones al góber Padrés, a ver si lo hace tesorero de algo.
Ya el caso más patético es el de Pedro Joaquín Coldwell. Pobre, ni siquiera un funcionario de su estatura puede ser secretario de Energía y tener generosos negocios con Pemex, del que es presidente del Consejo de Administración. Digo, sin ese aliciente el ex presidente del PRI no le estaría echando tantas ganas a las reformas, sobre todo a la energética para que los verdaderos inversionistas del estilacho de Oceanografía enriquezcan el patrimonio nacional.
De lo que debemos alegrarnos es que Pemex nunca se avergonzó ni ocultó su relación de negocios con Coldwell y su familia y, como ha escrito en su gustada columna Estira y afloja Jesús Rangel en MILENIO, por dos años consecutivos han hecho públicas sus citas nada clandestinas. Ay, de veras, deveritas, no sabemos valorar.
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