El reportero sentimental

Mucho antes de que el periodismo cultural existiera como tal, Joseph Roth plasmó en sus diversas colaboraciones sus impresiones y experiencias.

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Reflexionando un poco acerca del quehacer del periodista cultural, causalmente mientras ojeaba en mi librero en busca de una nueva lectura, me topé con “El triunfo de la belleza”, libro de Joseph Roth, una de las mejores plumas que vio el siglo XX (nació en 1894), autor de libros tan excepcionales como “La marcha de Radetzky”, “La leyenda del Santo Bebedor”, “El peso falso”, etc.

Dicha publicación, prologada y traducida por el escritor mexicano Javier García-Galiano, aglutina algunas de las publicaciones periodísticas del escritor austrohúngaro, que en su momento vieron la luz en rotativos de Berlín, París y otras ciudades europeas a cuyo paso Roth ejerció el peligroso oficio de ser reportero de guerra, pues fue partícipe de la I Guerra Mundial como soldado y cronista; posteriormente tuvo que exiliarse de Viena (se mudó a París en 1933 ante la ocupación nazi).

Mientras todo esto acontecía, Joseph recorrió buena parte de Europa, pues a pesar del destierro autoimpuesto por su profesión y la guerra, su mirada irónica y sagaz le permitió comprender que las civilizaciones pasan y los imperios caen, pero si algo queda es la memoria de nuestros desencantos. “Mis musas -dijo alguna vez- son los países por los que viajo y mis necesidades financieras”.

Mucho antes de que el periodismo cultural existiera como tal, Joseph Roth plasmó en sus diversas colaboraciones sus impresiones y experiencias, sin que estos textos consistieran en un diario de viaje como lo conocemos, sino más bien  en una bitácora de la evocación de los recuerdos y de la nostalgia parecida a las estampas proustianas.

Su estilo periodístico, más que responder a las necesidades de los periódicos o a las noticias del momento, aspiraron a conformar un cuerpo reporteril de altos vuelos, pues sus escritos fueron plenamente literarios incluso a la hora de abordar los temas u objetos cotidianos en apariencia más baladíes, como lo pueden ser los calendarios, el segundo amor, una cuna o un roble.

Estos breves textos del “santo bebedor” dan cuenta de un periodismo cultural que, fuera de toda conceptualización y discusiones postreras, aspiraron -y lograron- la trascendencia más allá de su tiempo, pues su lectura hoy en día resulta pertinente, ya que, a la par de reportajes y reseñas teatrales y cinematográficas, dio noticia de las novedades literarias así como de los peligros inminentes del dominio del terror en su tiempo. Su vida y labor nos dejan una lección: ejercer un periodismo a partir de un ejercicio intelectual cuya única búsqueda y finalidad sea pura y llanamente el triunfo de la belleza...

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