El río humano

Los ambulantes que dejaron las nueve manzanas cercanas a la Plaza Grande ocupan hoy las aceras de los paraderos del transporte urbano.

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Las leyes de la Física son verdades de la vida. Todos sabemos o hemos aprendido en carne propia, que todo cae por su propio peso; a toda acción le corresponde una reacción; para alterar la inercia una fuerza externa debe provocar el cambio, o que el espacio que ocupa un cuerpo no puede ser ocupado por otro al mismo tiempo.

Sin un plan bien definido, sin respeto a las leyes de la Física (¿qué lugar ocupará el cuerpo que muevo?), todo intento por reducir la invasión de ambulantes en el Centro Histórico está condenado al fracaso. Algunos políticos creen la máxima de Paul Joseph Goebbels: Una mentira mil veces repetida se transforma en verdad, pero en la medida que presumen una Mérida libre de ambulantes, quienes caminan todos los días en esas aceras mueven la cabeza de un lado a otro y deploran el engaño.

No sostengo la hipótesis única de que nos quieren engañar. Con base en los antecedentes, muy conocidos, de quienes hoy están al frente de la Subdirección de Mercados, también hay una segunda posibilidad: la autoridad municipal es engañada por sus colaboradores.

Desde hace dos semanas, el Centro se consolidó como un peligro para los transeúntes. Los ambulantes que dejaron las nueve manzanas cercanas a la Plaza Grande ocupan hoy las aceras de los paraderos del transporte urbano.
Entre los resquicios que dejan las filas de pasajeros y las palanganas, circula un río de peatones.

Por el asfixiante espacio, ese río humano se desborda y, en el pavimento, cada vez que está a punto de ser atropellado, se lamenta con una variante de las leyes de la Física: “Toda mentira cae por su propio peso”.

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