El silencio
Es un alejamiento virtuoso y lo disfrutamos en el deporte, en los estudios, en el desarrollo profesional.
Un pasito marca la pequeña diferencia. Tan diminuta, que es casi imperceptible. Y cede espacio a otro pasito. Y otro. Y otro. Cuando nos damos cuenta, la suma de pasitos creó un abismo entre la salida y la meta pero también de la comunicación.
En el primer caso, cuando nos damos cuenta es porque la mente una vez más ha sido dominada por el alma. Es un alejamiento virtuoso y lo disfrutamos en el deporte, en los estudios, en el desarrollo profesional.
En el segundo, cuando nos damos cuenta es demasiado tarde. El silencio ha sentado sus reales, aunque a veces se da el lujo de disfrazarse en frases comunes y muletillas. Del otro, lejano extremo hay alguien que no quiere escuchar; que se fastidió de nuestra sordera.
Por supuesto, este alejamiento es vicioso y lo pagamos dolorosamente con nuestros familiares, con nuestros amigos, con nuestros vecinos, con nuestros compañeros de trabajo, con nuestras autoridades de los tres niveles de gobierno y de los tres poderes.
Desespera que los servidores públicos no quieran dialogar con nosotros, que nos impongan aumentos en el precio de bienes y servicios básicos, que no nos regalen la mínima voluntad de un combate a la impunidad y la corrupción.
Es la misma desesperación de ver a un hijo sumido en la molestia y la tristeza y de estar pregunta y pregunte y recibir la misma respuesta: “¡Nada!”.
Es la misma desesperación de regresar al amigo para encontrar a un desconocido.
No podemos responder al silencio de nuestros familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo o funcionarios con más silencio. Con un monólogo, como loquitos, regresemos. Paso a pasito recuperemos la comunicación que algún día tuvimos con ellos. Son nuestro tejido social.