El sorbo postrero de nostalgia

Y yo, que me sentía inmortal, vine a descubrir otros tipos de infierno aquí en la tierra, reflejados en sus ojos de playa.

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Cruza los dedos sobre la mesa y me mira con una sonrisa, porque es todo lo que puede ofrecerme, le devuelvo la mirada, acomodando sobre un hombro desnudo los ligeros rizos donde termina mi cabello y comienza su curiosidad, y le sonrío, entre los velos de humo que desprenden las tazas de café.

Y yo, que me sentía inmortal, vine a descubrir otros tipos de infierno aquí en la tierra, reflejados en sus ojos de playa, enmarcados en su sonrisa varada, aferrados a él, como alguna vez él lo estuvo a mí.

Le miro, sin perder la compostura, y así en silencio cuestiono su gusto exquisito por mujeres a horas no adecuadas, ese gusto casi excéntrico por diluir mi recuerdo con sus cuerpos, por arrancarles besos y olvidarlas a medianoche.

Me quedo callada, con un café con sabor a nostalgia y dos terrones de melancolía,  mirándole mientras me mira, descubriendo el último paisaje de Renoir en sus ojos, en su sonrisa, perdiéndome en silencio, con un nudo en la garganta, enredando el miedo de verle con el terror de no volverle a ver jamás, la incertidumbre con la impotencia que deja la curiosidad...

Pero sólo coincidimos en dar un último sorbo de café a la taza, llevándonos el recuerdo de nuestros rostros sin palabras, abandonándonos, como se abandonan los amantes, uno frente al otro. Y yo que nos sentía inmortales.

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