Desde el primer momento de la agresión al edificio de la Rectoría de la UNAM, el rector José Narro le pidió al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, que no enviara a la fuerza pública. Cambiaron las circunstancias y los ánimos, estuvo cerca de cambiarse la decisión, pero al final, 12 días después, la policía no pisó el campus de Ciudad Universitaria y los enmascarados se marcharon en razonable paz. Y sin nada que echarle en cara a la autoridad.

Puede no gustarnos la doctrina Osorio-Narro, puede irritarnos la tolerancia frente a la agresión, pero sería deshonesto negar que funcionó “esta forma diferente a la tradicional de resolver un conflicto”, como la calificó ayer el rector. Ver hacia adelante, pide ahora, y habla de estos 12 días como un curso intensivo de prudencia, inteligencia y uso de la razón.

Algo parecido declaró Osorio Chong: “Me da mucho gusto que se haya encontrado una salida por medio del diálogo”. Muy bien, pero supongo que en el Pedregal o Bucareli no pensarán que la doctrina de la serenidad y la paciencia será replicable si los conflictos regresan con el mismo o mayor grado de violencia.

Creo que ver hacia adelante significa, también, dar por sentado que nadie volverá a tomar 12 días una rectoría, ni cerrará 10 horas una autopista federal o podrá vandalizar 150 minutos una ciudad.

El triunfo de ayer de la doctrina Osorio-Narro implica en buena medida el agotamiento de la fórmula. Porque el subsidio de los 12 días, las 10 horas, los 150 minutos, lo pagan alumnos y ciudadanos.
Y ni unos ni otros son empleados de Narro. O de Osorio.