El verdugo y el poeta

Hace un par de noches tuve la oportunidad de ver, en canal de paga, la transmisión de El verdugo, un esperpento tan divertido como brutal.

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Las posibilidades de una tele más allá de la diversión enajenante son múltiples. Sin embargo, para demostrar que lo interesante puede ser divertido es preciso vencer el dogma de que una programación que no enajena no “vende”. Y al estar al servicio de los patrocinadores, cuanto supere la barrera de la estupidez es señalado como “aburrido”. 

No es así. Hace un par de noches tuve la oportunidad de ver, en canal de paga, la transmisión de una de las obras maestras del cineasta español recientemente desaparecido Luis G. Berlanga: El verdugo.
Un esperpento tan divertido como brutal. Filmado en 1963, diez años después de Bienvenido, Mister Marshall, también con ese cómico genial (más grande cuanto más chico era de estatura) que fue José Isbert. Nombre desconocido para las nuevas generaciones. Y con otro genio del cine, el italiano Nino Manfredi.

Si Bienvenido, Mr. Marshall tuvo como guionistas al mejor Miguel Mihura, a Bardem y al propio Berlanga, El verdugo fue un guión de Rafael Azcona con el realizador.

Gozar esa joya fue un placer digno de agradecer. Sin embargo, hubo más. Algo que sólo la televisión puede permitirse. La presentadora invitó a ver la película a un poeta, Marcos Ana, para compartir impresiones antes y después de ver la cinta.

Me temo que también Marcos Ana debe ser presentado. Su verdadero nombre es Fernando Macarro. Su nombre de batalla lo tomó de sus padres, Marcos y Ana. Nació en Salamanca en 1920 y es el preso político del franquismo que pasó más años en la cárcel. Entró, condenado a muerte siendo casi un niño, por pertenecer a las Juventudes Comunistas. Varias veces le conmutaron la sentencia y lo volvieron a sentenciar, hasta que Amnistía Internacional logró que lo liberaran en 1961. Es decir, sólo dos años antes de que se estrenara en España El verdugo, de Berlanga. 

Considera la película una obra maestra con la cual se ríe cada vez que la mira porque la tiene en video. Él, que estuvo muchas veces a punto de sufrir el “garrote vil” (forma de ejecución usada hasta los últimos días del dictador) entiende la fuerza liberadora del esperpento mejor que nadie.

Y la televisión permite conocer lugares inaccesibles de lo humano.

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