Felipe Calderón acepta conversar en público con la condición de que no le pidamos hacer lo que no sabe: un reporte periodístico de lo que acaba de ocurrir en Boston.

Nos cuenta que se encontraba con Margarita y uno de sus hijos a unos ocho kilómetros del lugar de las explosiones, “y traíamos una gran bandera mexicana para animar; algunos que pasaban por ahí se paraban y nos tomábamos una foto juntos”.

Narra bien la intemperie de consternación y tristeza. Dice que no quiere especular, pero toma un riesgo. “Boston es el cordón umbilical de Estados Unidos y el Maratón es uno de los eventos más emblemáticos, tradicionales, concurridos, queridos de Boston”, detalla. “Las explosiones ocurrieron en la línea de meta, ante cámaras y reporteros. Fue algo muy planeado. Podría haber sido una tragedia de dimensiones mucho más grandes, podría haber sido más eficaz, pero no tengo duda de que es un atentado”.

—Por lo demás, ¿cómo va la vida en Boston?

—Va muy bien. Estamos muy contentos, muy tranquilos. Estoy investigando. Estoy escribiendo sobre gobierno, sobre políticas públicas, dando conferencias, desde luego en la Kennedy, pero también en otras escuelas. Estuve en la Universidad de Colgate el sábado, hace poco en el Capital Wealth en Bermudas, también en Trinity.

—Vida académica pura.

—Trabajando, pensando mucho en México, y también tratando de ser un ex presidente prudente, tratando de no intervenir en ningún asunto de la vida pública. Y deseando que le vaya muy bien a México.

Curioso, un atentado terrorista en un maratón marca su primera entrevista como ex presidente. Y su primera crónica. Sólida, por cierto.