En busca de un nuevo papa

Lo que sí se va a hacer es declarar la sede vacante, destruir el anillo del pescador y comenzar un período de 15 días para convocar a los cardenales electores.

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Benedicto XVI puede renunciar al papado y esa renuncia “no tiene que ser aceptada por nadie” (Canon 332,2 del Código de Derecho Canónico), se da como hecho consumado y ya. A lo que no puede renunciar, según Federico Lombardi, vocero del Vaticano, es a su nombre. “Continuaremos diciendo que es Benedicto XVI” (Zenith, 15/02/2013).

La dimisión de Benedicto ha puesto en marcha ya una bien definida estructura de poder que establece hasta en los detalles más nimios todo el proceso para designar a su sucesor, aun cuando, al estar vivo, hay normas que no se van a cumplir, como la de entrecerrar el Portón de Bronce del Palacio Apostólico y que la campana mayor de la Basílica de San Pedro “comunique el deceso” (constitución Universi Dominici Gregis, de 1966).

Lo que sí se va a hacer es declarar la sede vacante, destruir el anillo del pescador y comenzar un período de 15 días, con posibilidad de llegar a 20, para que el Cardenal Camarlengo, hoy Tarcisio Bertone,  convoque a los cardenales electores –a la fecha, 117, de 209– que son quienes no hayan cumplido 80 años el día del inicio de la sede vacante.

El Cónclave (cum-clavis, con llave), de duración indefinida, se reúne en la Capilla Sixtina, bajo los frescos de Miguel Ángel. Antes de comenzar, los electores cantan el Veni Creator, un impresionante himno gregoriano para invocar al Espíritu Santo y luego hacen el Juramento, según fórmula establecida en el No. 52 de la UDG. Quedan encerrados bajo llave y sin posibilidad de comunicarse con el exterior.

Por disposición de Juan Pablo II (UDG), la elección se hace per scrutinium y el nuevo papa debe recibir al menos dos tercios de votos del total de los electores (UDG, 62). El  papa no tiene que ser uno de los electores, aunque así sea a menudo, tampoco tiene que ser obispo antes del Cónclave.

Luego, ya sabe usted lo que ocurre: sale la fumata bianca y el cardenal protodiácono declara al mundo: Habemus papam.

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