Enrique Ballesté en la ESAY

Enrique Ballesté fundó el grupo Zumbón y junto con sus cómplices de tablas dejó la selva de asfalto chilanga para emprender un trabajo de creación colectiva en pueblos indígenas de Yucatán.

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Hace 40 años, el dramaturgo Héctor Azar dirigía los destinos del teatro que se hacía con recursos públicos tanto en el  INBA cuanto en la  UNAM  y, desde ese su coto de poder, censuró por la vía de imponer trabas administrativas de todo tipo la puesta en escena que estudiantes del Departamento de Arte Dramático de la Facultad de Filosofía y Letras de la misma UNAM habían llevado a cabo a partir de El canto del fantoche lusitano, original de Peter Weiss, con la dirección del venezolano Carlos Giménez.

La cerrazón de Azar, que incluyó la expulsión del país de Giménez, propició que las y los estudiantes llamaran a la toma del foro que burda y sistemáticamente se les había negando y con ello fundaran un movimiento teatral independiente que tuvo como punto nodal la creación del Centro Libre de Experimentación Teatral y Artística (CLETA). Enrique Ballesté, también estudiante universitario, había hecho la música para la puesta en escena de la obra de Weiss y, para ser consecuente con aquello de «hacer cultura con el pueblo» (Primer Informe Crítico de CLETA-UNAM, agosto de 1973), fundó el grupo Zumbón y junto con sus cómplices de tablas dejó la selva de asfalto chilanga para emprender un trabajo de creación colectiva en pueblos indígenas de Yucatán.

Con Puente Alto, obra que a pesar de ser Premio Bellas Artes Mexicali de Dramaturgia no se había llevado a las tablas en los 25 años que tiene de haber sido escrita, la palabra de Enrique Ballesté vuelve a estas tierras de la mano del maestro José Ramón Enríquez como antes lo hiciera con la tierna complicidad del maestro Paco Marín en Mínimo quiere saber, y lo hace con una generación de jóvenes estudiantes de la Escuela Superior de Artes de Yucatán (ESAY) que supieron abrazarse a una palabra que viniendo aparentemente de tan lejos en el tiempo hoy sigue siendo tan cercana y dolorosamente vigente como hace un cuarto de siglo.

Puente Alto es, además, la primera práctica escénica que la ESAY produce bajo el nuevo mapa curricular de su Licenciatura en Teatro, donde se ha incluido el curso de «Actuación: Teatro y Sociedad» con el objetivo de que sus estudiantes reconozcan al teatro como una fuerza de transformación social; menuda bofetada con guante blanco a quienes en su momento tacharon de neoliberal un plan de estudios que buscará que sus egresadas y egresados elaboren propuestas escénicas «que se enfoquen en despertar la conciencia o bien la toma de postura del espectador [ante] los hechos, dinámicas y problemáticas que se presentan en su entorno».

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