Entre el PAN y el PRD

La gravedad de la situación en el PAN llama a que los grupos en contienda cedan en su disputa.

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Entre gritos y sombrerazos Gustavo Madero logró que la Asamblea Nacional del PAN, en agosto pasado, aprobara que sean los militantes quienes elijan a su dirigente. Por su parte, Marcelo Ebrard ha demandado a la dirigencia del PRD que sea una elección abierta la modalidad para designar al sustituto de Jesús Zambrano. 

La disputa no tiene que ver con la democracia, sino con el cálculo para reproducirse o ganar el poder. En el PAN, el Consejo Nacional es representativo de una realidad que ya no existe: el dominio de Felipe Calderón a partir de su posición en el gobierno; una elección cerrada beneficiaría a Ernesto Cordero, el sucesor del calderonismo. En el PRD ocurre lo contrario, la fuerza de Los Chuchos significa que los órganos existentes darían continuidad al grupo en la dirección del partido.

No son los únicos, pero sí los más visibles. En el PAN, la disputa se ha centrado entre Gustavo Madero y Ernesto Cordero. El dirigente le ha ganado todas las partidas a los calderonistas. A distancia pareciera un tema personal: revanchismo de Madero hacia el ex presidente y los suyos; pero va más allá, las diferencias son políticas y han generado heridas imposibles de resolver, lo que ha dividido profundamente al PAN. 

Madero se ha mostrado más hábil y decidido; Cordero singularmente persistente, con carácter y resuelto al pleito más allá de lo razonable, en ello mucho influye su promotor y el grupo que lo acompaña en el Senado.

La polarización del PAN obliga a una tercera opción. Pudo haber sido Luis Felipe Bravo Mena, uno de los mejores y más respetados panistas, maltratado públicamente por los senadores Mariana Gómez del Campo y Roberto Gil Zuarth, afines a Ernesto Cordero, en la tarea de mediar para resolver la crisis de la fracción del PAN. 

Algunos ex gobernadores también se han apuntado. Por ahora, la tercera vía la representa Josefina Vázquez Mota, quien en días recientes ha hecho público su interés con el respaldo abierto de destacados panistas, incluyendo ex gobernadores y el mismo Bravo Mena.

La gravedad de la situación en el PAN llama a que los grupos en contienda cedan en su disputa. El PAN requiere una revisión profunda, pero también unidad, por ahora fracturada por el pleito entre Madero y Cordero. Se equivocan quienes asumen que el desgaste del PRI en el gobierno o la aprobación de reformas polémicas como la fiscal habrá de redituarles electoralmente. 

Para reemprender su misión y propósito de origen, el PAN debe recuperar su mística de lucha cívica, extraviada en los años de ejercicio del poder nacional. En tal circunstancia lo más recomendable es un dirigente de consenso, pero con el suficiente poder para emprender los cambios que se requieren. Por ello la mejor vía es una elección abierta, como lo concibió Gustavo Madero, pero sin que sea él candidato.

El PRD, no Los Chuchos, padecen un doble amago con un solo origen: López Obrador. Externamente es Morena. Internamente tiene dos caras, que son la misma cosa: René Bejarano y Marcelo Ebrard. Al igual que en el PAN, quienes disputan la dirigencia hacen del Pacto por México argumento para desacreditar a quienes están conduciendo al partido, sin importarles lo que ha significado para la organización y su programa el acuerdo con el gobierno. 

Cada quien con sus demonios, el PAN con la reforma fiscal y el PRD con la energética. El hecho es que tanto Ebrard como Cordero se unen con López Obrador en descalificar el diálogo que han emprendido las dirigencias de los partidos de oposición con el gobierno.

Más que en el PAN, en el PRD se aclara el horizonte en la disputa por la dirección nacional. La exigencia de Ebrard de abrir la elección es por la debilidad que tiene en el partido. Sus posibilidades son mínimas, sobre todo, porque es evidente que para él la dirigencia representaría un escalón en su pretensión de lograr la candidatura presidencial; ambición legítima, pero inaceptable y contraproducente para el partido, ya que significaría no solo una campaña anticipada, sino que la institución estaría a merced de las exigencias de la persona.

Carlos Navarrete, ex funcionario del gobierno de Miguel Ángel Mancera y experimentado legislador, se perfila con claridad hacia el relevo de Jesús Zambrano, quien ha hecho por el PRD mucho más que sus antecesores. La cohesión entre dirigencia y sus legisladores ha logrado que la izquierda sea actor relevante en la negociación, además de la unidad e institucionalidad interna que hoy se observa.

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