Entre mesiánicos y bravucones

Hoy voces y patriotismo semejantes acompañaron a Vladimir Putin en el discurso ante la Duma con el cual anunciaba la anexión de Crimea a una Rusia que nunca ha podido entenderse sin un Zar.

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A 160 años de que Tolstoi relatara, en “Sebastopol en diciembre”, la guerra de Crimea, vuelven a sonar los tambores por aquella región y, con ellos, el estilo de esa violencia bélica entre patriótica y bravucona que ha caracterizado todas las conflagraciones de la culta Europa.

En la parte final de su relato, Tolstoi asienta el grito de un ejército que no entendía bien a bien por qué luchaba: “¡Moriremos, hurra!”. Las voces eran uno de tantos precedentes europeos del “¡Viva la muerte!” del franquismo en la década de los 30. Y, al lanzar ese grito desde un patriotismo superficialmente comprendido, el ejército de Nicolás I representaba al país entero. 

Hoy voces y patriotismo semejantes acompañaron a Vladimir Putin en el discurso ante la Duma con el cual anunciaba la anexión de Crimea a una Rusia que nunca ha podido entenderse sin un Zar, ni siquiera cuando fue la Unión Soviética.

En realidad, la búsqueda de un comunismo con rostro humano que llevó a la perestroika (reestructuración) y la glasnost (transparencia) de Gorbachov no fue para los rusos más que un extraño paréntesis que ha venido a cerrar el autócrata exhibicionista y homófobo de Vladimir Putin.

Pero del lado de Ucrania también subsiste la nostalgia por el totalitarismo. Cogobierna un partido de ultraderecha con delirios nazis, el Svodoba, que quiere decir irónicamente Libertad, uno de cuyos diputados abofeteó ante las cámaras al director de la televisión pública por haber transmitido el discurso de Putin; y matones de ese partido infiltraron las movilizaciones populares contra el gobierno corrupto pero democráticamente elegido de Víctor Yanukóvich. 

Ante la complejidad del problema y el currículum impresentable de todos los protagonistas, uno no sabe realmente para dónde hacerse. Como no lo saben los pueblos que se lo juegan todo ante la posibilidad de otra conflagración o, por lo menos, de un reacomodo al estilo del tenido en 1945, en Yalta (Crimea), por los hombres fuertes de aquel momento.

Lo que me interesa subrayar es el renacimiento de la nostalgia por un totalitarismo que victimó a Europa con nazis y soviéticos y que, como entonces, vuelve a encontrar eco en nuestro país. 

Lo más mesiánico de nuestra izquierda aplaude a Putin y lo más bravero de nuestra derecha quisiera ser como el partido Svodoba. Ambos extremos asustan.

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