Envidia
La Real Academia define la envidia como tristeza o pesar del bien ajeno o como deseo de algo que no se posee.
Se dice que nuestro idioma, el Español, es un idioma inmensamente rico, por su variedad y amplitud de palabras para dar significado a casi cualquier cosa. En realidad yo creo que en todos los idiomas existe una palabra para cada cosa, dudo mucho que algún idioma carezca de una palabra para nombrar y dar significado a algo. O al menos eso pensaba, hasta hoy.
Hace unos días reflexionaba acerca de una expresión que es muy común en nuestro medio, que es declarar abiertamente sentir “envidia de la buena” cuando observamos que a nuestro prójimo le va bien, tiene un buen trabajo, se compra un automóvil hermoso y moderno, realiza viajes exóticos o goza de felicidad por cualquier motivo.
Y profundizando un poco, pensaba que eso es algo inexistente, no es posible que exista “envidia de la buena”, ya que por naturaleza, o por definición, ésta es esencialmente mala, tan mala que es catalogada como un pecado capital. Y llegaba a la conclusión de que en realidad esa expresión la usamos porque no encontramos o no poseemos la palabra adecuada que exprese el sentimiento que deseamos explicar.
La Real Academia define la envidia como tristeza o pesar del bien ajeno o como deseo de algo que no se posee. Otras fuentes señalan que es un sentimiento o estado mental, en el cual existe desdicha por no poseer uno mismo lo que tiene el otro. En el ámbito del psicoanálisis, se considera que es un sentimiento enojoso contra otra persona que posee o goza de algo deseado por el individuo envidioso, quien tiene el impulso de quitárselo o dañarlo.
Entonces, ¿cuál sería el antónimo mas apropiado para la envidia? Podría ser indiferencia, conformidad, generosidad o admiración. Cuando ninguna de éstas nos satisface completamente, entonces no tenemos más remedio que usar esa inexistente “envidia de la buena”.
Y es que hay ocasiones en que necesitamos urgentemente que exista un término para indicar que deseamos, que anhelamos lo que otra persona posee, pero sin necesidad de tener que quitárselo, sino que deseamos tenerlo ambos, que lo siga teniendo él y además lo tenga yo. Más aún, que si en mi intento de tenerlo yo también, fracaso y no lo alcanzo, aún así sienta yo felicidad porque la otra persona lo tiene, aunque yo no.
Estas ideas y reflexiones se agolpaban en mi cabeza, cuando la semana pasada asistí a la misa con motivo del fallecimiento de don Rodolfo Martínez Gamboa, un hombre íntegro, que supo ejercer su profesión con un alto sentido ético, que fundó una familia y lo hizo para que ésta durara para siempre, que hizo felices a cuantos pudo y se encontró en su camino, que amó a Dios y a su prójimo y a quien muchos, pero muchísimos, le han de tener una gran “envidia de la buena”, al menos mientras no se invente un término más apropiado que ése.