Eran las 7 de la tarde

La fiesta del toro ha dado aportaciones a diversos campos del quehacer humano: la poesía, la escultura, la pintura, la novela, la música y hasta la ciencia médica.

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Recientemente tuve oportunidad de intercambiar puntos de vista sobre un tema polémico –la fiesta brava y su relación con otras manifestaciones culturales- con un conocedor profundo del paño: el maestro Ariel Avilés Marín, pedagogo con larga trayectoria y forjador de instituciones cívicas: fue presidente del primer Consejo Electoral ciudadano en Yucatán, y digo esto no para hacerle la barba al contertulio en el programa Libros y palabras, transmitido el viernes 24 pasado en radioyucatanfm.com, estación de radio por internet que poco a poco va abriendo camino a un proyecto por demás interesante y plural de la mano de su director José Luis Preciado Barreto.

El hecho es que la presencia del maestro Avilés Marín en el programa –que conduzco con el escritor Joaquín Tamayo Aranda- y la participación mediante enlace telefónico del taurino de cepa y cronista Juan Alvarez Dávalos tuvieron el objetivo de destacar las aportaciones de la fiesta del toro a diversos campos del quehacer humano: la poesía, pero también la escultura, la pintura, la novela, la música y hasta la ciencia médica: gracias a la traumatología generada para tratar las lesiones de los toreros muchas técnicas quirúrgicas hoy se emplean en la cura de problemas de otra índole y miles de personas se han beneficiado con eso.

Durante la charla –llena de anécdotas citadas por el invitado para ilustrar diversos pasajes del programa- se trajo a presencia al inmenso García Lorca – su dolido Llanto por Ignacio Sánchez Mejías-, al majestuoso Alberti, a Pemán, Ortega y Gasset; a Picasso, Dalí, Goya; a Hemingway, Georges Bizet (Carmen); en fin a todo el universo creativo convocado por esa fiesta para cantar la belleza y la tragedia que acontecen en los ruedos y en torno a ese garboso animal que es el toro de lidia.

Yo me detuve un poco para hablar de reciente corrida en la México, celebrada el domingo 5 de febrero, en la cual alternaron dos inmensos toreros: el revolucionario Julián López, El Juli, y el diestro venido de otras épocas José Antonio Morante de la Puebla, quien le confirmó la alternativa a otro toreador de finas hechuras, Luis David Adame. En la tarde apoteósica en que la plaza más grande del mundo cumplía 71 años, señalaba, hallamos gozo estético profundo, místico, en el hacer taurino con rancio sabor del admirado (por mí) maestro de La Puebla, y nos llenamos de belleza con la obra de orfebrería de Julián.

El tema, sin embargo, era la poesía que inspira esa celebración de la vida y de la muerte. Avilés Marín sucumbió a la tentación de decir un fragmento del apasionado himno a la muerte de quien fuera “más que su amigo” del inmenso granadino García Lorca: “A las cinco de la tarde/ Eran las cinco en punto de la tarde…”, cuatro cantos elegíacos en memoria de Sánchez Mejías, mecenas de la Generación del 27 en la que militan Lorca, Alberti, Aleixandre…

Y en ese camino anduvimos. Eran las 7 de la tarde.

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