¡Ermilo!
Los camaradas son amigos y espíritus más afines a las sensibilidades, gustos e intelectos anacrónicos como el propio.
A veces sucede que uno, en sus treintas ya, no encuentra solaz ni consuelo entre sus contemporáneos, por lo que cultiva y frecuenta otras amistades con mucho mayor kilometraje vivencial, ni se diga del doble o casi triple de años.
Pero estas son nimiedades cuando uno se encuentra en un ambiente de camaradería y, como tal, los camaradas son amigos y espíritus más afines a las sensibilidades, gustos e intelectos anacrónicos como el propio.
Es así como uno termina frecuentando el café de los caballeros jubilados, pensionados y demás fauna que hace del ocio y de la existencia puro motivo de gorja y regocijo. Ahora en mi temprana madurez, mucho lamento tanta melancolía, apatía y desilusión en los que, como yo, crecimos en los noventa. Hoy más que nunca concurro con George Bernard Shaw quien dijo alguna vez: 'La juventud está desperdiciada en los jóvenes'. ¡Cuánta razón tenía!
Y es el caso de que cuando he estado rodeado de tan finísima compañía -donde nada es en serio y al mismo tiempo todo lo es-, que he pasado interminables horas de goce, contagiado por su entusiasmo ya libre de preocupaciones mundanas, como el amor y las cuestiones económicas, donde lo único importante es conservar la salud -para poder brindar, por supuesto-. Todo esto viene a cuento debido a que recordé una deliciosa anécdota escuchada en uno de aquellos conciliábulos, que aún hoy me desternilla al contarla…
Las caguamas ya sudaban muy orondas y caderonas sobre la mesa. El calor agobiante no impidió que el anciano relatara su anécdota mientras el mesero de la cantina paraba oreja, intruso, pero sinceramente curioso: -Cuentan que cuando Margarita, esposa del ilustre escritor Ermilo Abreu Gómez salió de compras, ocurrió la siguiente anécdota que da cuenta del ingenio y predilección que tenía aquel por el uso correcto del lenguaje -relató el de cabello platinado que se encontraba apostado en la cabecera.
Creyéndose solo, procedió a tomar por sorpresa a la muchacha que hacía la limpieza, pero doña Margarita, al percatarse de que había olvidado su monedero, decidió regresar. 'Ermilooo, Ermilooooooo…' -gritaba aquélla buscándolo. Al no encontrarlo, entró a la recámara donde Abreu Gómez se refocilaba ayuntado con la chacha. -¡¿Qué es esto por Dios?! -exclamó la señora. -¡Ermilo, estoy muy sorprendida!
El autor de 'Canek', todavía en trance amoroso y sin saber qué hacer, se puso las gafas con laxa parsimonia y por toda respuesta sólo alcanzó a decir: -No, Margarita, déjame explicarte: no estás sorprendida, estás contrariada... pues, evidentemente, ¡el sorprendido soy yo!
Espumarajos de risa salieron de la boca de los viejos comensales al tiempo que el memorioso relator pedía otra ronda, como si fuese cosa de dar paso a otra húmeda remembranza.