Esa maldita palabra...

Espero disfruten de esta ocurrencia a manera de homenaje por los 100 años de nacimiento del escritor universal Julio Cortázar.

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A manera de homenaje por los 100 años de nacimiento del escritor universal Julio Cortázar, nacido el 26 de agosto de 1914 en Bruselas, Bélgica, de padres argentinos, tuve el implacable impulso de rendirle tributo mediante un relato que se vale de argucias intertextuales para evocar la figura de un autor de altos vuelos y que literariamente hablando nunca evadió el riesgo, buscando siempre nuevas formas de narrar y de exigirle a sus lectores. Dicho lo anterior, caros lectores, espero disfruten de esta ocurrencia:

Una vez conocí a una lectora de Julio Cortázar en el metro. Estaba leyendo “Las armas secretas”, lo cual me dio buena espina. “Ojalá no sea otra tonta que se cree La Maga”, pensé mientras me asía del pasamano para no caer en uno de los frenones del convoy.

Nos bajamos en la misma estación; mientras le radiografiaba las piernas y le fotografiaba el moreno y fino rostro con la mirada no pude evitar darle alcance.

“Me llamo Éter”, dijo mientras las perlas de su sonrisa se asomaban coquetas entre sus labios. 

La acompañé hasta el transbordo, pues ella iba en la misma dirección. Yo no cabía en mi alegría, pues la dama, ricamente ataviada, caminaba sobre sus tacones altos al sostener el libro contra su pecho. Era perfecta.

“¿Cuál es tu personaje favorito de Rayuela?”, le pregunté como queriendo echarme un clavado en sus ojos marrones.

“Talita”, dijo con firmeza y eso hizo toda la diferencia. En ese momento, se sostuvo de mi brazo pues subíamos unos escalones inesperados. No soporté más la inflamación de mi cerebro y le susurré al oído: “Andábamos sin buscarnos, pero sabíamos que andábamos para encontrarnos”. 

Ella miró melancólicamente a mis ojos y tomó mi mano: “¿Eres tú, Horacio?”

“¡Sí!”, le respondí en un arrebato justo antes de besarla, pero Éter me rechazó. 

“Entonces has de ser un cabronazo, mejor aquí la dejamos”, dijo al soltar mi mano y perderse como una mujer más entre la multitud…

Me dejó solo, de pie y sin respuesta en el caluroso andén. El silbido del metro anunciaba su llegada. 

“Pero el amor, esa maldita palabra...”, grité justo antes de saltar a las vías.

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