Espionaje, deporte nacional

El Estado perdió el monopolio de esa actividad y, además, muchos de sus servidores pasaron al servicio del mejor postor, incluyendo el crimen o los poderosos dentro y fuera de la política.

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

El espionaje es una realidad de tiempo atrás. De siempre, su uso ha trascendido su función de Estado.

De hecho, en el México no democrático, conocer las actividades privadas y, particularmente, las comprometedoras no solo de los enemigos o amenazas del Estado, sino de sus propios servidores, incluyendo líderes obreros, religiosos y periodistas eran tarea regular del régimen; amplios expedientes que por mucho tiempo estuvieron a la salvaguarda del coronel Fernando Gutiérrez Barrios, quien reportaba directamente al Presidente en turno. 

Todos se sabían espiados; conocer las miserias humanas era medio de control. La vida íntima de personas relevantes y su familia era el objetivo: amantes, adicciones, preferencias sexuales, asuntos médicos, negocios, patrimonio, amistades impropias, etcétera, documentaban el acervo de la seguridad nacional.

Llegó la democracia y la apertura mediática, también la privatización. El Estado perdió el monopolio del espionaje y, además, muchos de sus servidores pasaron al servicio del mejor postor, incluyendo el crimen o los poderosos dentro y fuera de la política. 

Los archivos de Gutiérrez Barrios perdieron valor con el paso del tiempo; conocer a un abuelo o tío comunista, coco, mujeriego o borracho perdió valor e interés. 

El espionaje también migró a la política; un recurso útil para los nuevos términos de la disputa por el poder y así lo confidencial se hizo visible. La nueva generación de políticos se volvió indolente sobre las consecuencias de conocer sus vidas y actividades privadas o secretas.

Ahora en el PAN llaman a dar con quien “profesionalmente” filmó a los diputados que llevaron a la debacle de Luis Alberto Villarreal. Él mismo se dice objeto de una trampa. De alguna forma tiene razón, ¿cuántas fiestas protagonizó sin que merecieran más allá que una queja de los vecinos por exceso y ruido? Voceros del PAN se indignan y desgarran las vestiduras, insinuando “fuego aliado”. Lo profesional es lo mismo, no fue un teléfono celular, sino algo orquestado, dicen.

Lo cierto es que en los gobiernos del PAN proliferaron los videos y audios que han modificado las vidas de los afectados. Hay casos históricos como el de René Bejarano, secretario particular de Andrés Manuel López Obrador. 

Se sabe que Carlos Ahumada, el empresario favorito del PRD gobierno, filmaba las entregas de dinero y las pláticas privadas en sus instalaciones. 

El autor quedó como burlador burlado en el intento de utilizar a Carlos Salinas y a Diego Fernández para cobrarse la deuda o la afrenta de AMLO. También se conocieron las actividades del tesorero del DF en Las Vegas.

Más recientemente, La Tuta filmó a los políticos que entraron en contacto con él, como sucedió con el secretario de Gobierno, Jesús Reyna, varios alcaldes y el hijo del entonces gobernador Fausto Vallejo. 

Las consecuencias han sido devastadoras y por ahora muchos viven la angustia de más testimonios de arreglos inconfesables con criminales dueños de la plaza.

Un caso singular es lo que hiciera la dirigencia del PAN en la elección de 2010, cuando da a conocer las escuchas telefónicas de los gobernadores de Veracruz, Sinaloa, Oaxaca y Puebla. 

No hay duda, solo el Estado tiene tal capacidad. No hubo escrúpulo para utilizarlo en la disputa electoral. El presidente Calderón, ahora en el grito quejumbroso sobre la debacle moral de su partido, debió autorizarlo. 

Se perdieron los límites como también quedó en evidencia el espionaje contra Josefina Vázquez Mota. Todo remite a la Secretaría de Seguridad Pública y al uso faccioso de la Plataforma México que tanto presume el ex presidente en su libro. 

El espía mayor fue García Luna. Su fuerza y blindaje derivó de la complicidad con el presidente Calderón desde la campaña por la Presidencia. 

Quizá Calderón perdió control de su espía y como sucedió con Vicente Fox, empezó a trabajar por su propia cuenta; es posible que a esto se deba la impunidad de la que ha gozado. El recuento es variado, con frecuencia los observados son adversarios reales o imaginarios del presidente y se ha reproducido en la contienda entre panistas.

Capítulo aparte es el espionaje reciente del que fue objeto la diputada Purificación Carpinteyro. Al menos tuvo la honestidad de señalar que la grabación fue auténtica. En su defensa la dama incursionó en el terreno del cinismo y lanzó la piedra a sus enemigos en la pretensión de mitigar el golpe. Un antes y un después, en éste y muchos casos. Solo por conocer públicamente lo que se hace o dice en privado, o como dice Ciro Gómez Leyva aludiendo a Villarreal, todo por una simple bailada.

Se debiera entender que el espionaje, al igual que la prostitución o el narcotráfico, son indeseables pero inevitables. En el mejor de los casos se puede controlar, no desaparecer, más ahora, en la era digital. Época de conocer con asombro y morbo esqueletos ajenos en el clóset y los políticos de dormir mal porque todo puede saberse.

Lo más leído

skeleton





skeleton