Está en chino
Para México es fundamental y estratégico recuperar la relación que en su momento se construyó con la entonces China comunista de Mao Tse-tung.
En días pasados The New York Times destacaba en primera plana que los chinos habían sido los ganadores del equilibrio de la posguerra en Irak, lo mismo que se ha dicho de los estadunidenses de la posguerra mundial. En un tono más de queja que de sorpresa, como debería ser, la nota se refería a que el país oriental se quedó con buena parte de la producción e industria petrolera, con la explicación de que las empresas americanas y europeas no podían competir con la industria estatal china, ya que no responde a la lógica de las utilidades y que tampoco tiene que rendir cuentas a sus accionistas.
Los objetivos económicos del Estado chino prevalecen sobre los estrechos de la empresa privada. China quiere y necesita petróleo y en el afán de asegurarlo está dispuesto a invertir y a participar en los riesgos propios de esa industria, así como en una activa diplomacia.
Para México es fundamental y estratégico recuperar la relación que en su momento se construyó con la entonces China comunista de Mao Tse-tung en el gobierno de Luis Echeverría. México debe recuperar su independencia y presencia internacional propia. El alineamiento al vecino del norte, que data de los 80 y se acentuó con los gobiernos de Fox y Calderón, significó que el país perdiera, más que una tradición, su condición de actor en el mundo y factor de influencia frente a los grandes poderes internacionales.
En seis meses Peña Nieto ha logrado la presencia de los representantes de los dos países más poderosos
del mundo. La diplomacia de los presidentes panistas, con la excepción de los años del canciller Castañeda, han sido de vergüenza y pena. México tiene mucho más que petróleo; es una economía importante, con una ubicación estratégica y una oferta laboral fundamental para la competitividad de Estados Unidos, que ha motivado una reforma migratoria.
También México tiene aquello que los presidentes del pasado reciente han visto con desdén: historia y una tradición fundada en la dignidad entre las naciones, como lo ha reconocido en su primer acto público el presidente chino Xi Jinping.