Por más que Marcelo Ebrard, perredistas y lopezobradoristas quieran venderlas como una novedad, las palabras del presidente Peña Nieto al Financial Times la semana pasada son idénticas a las que expresó en octubre en Berlín, en la campaña del 2012 y en su libro México, la gran esperanza (2011).

El discurso de Peña Nieto en el tema Pemex es rigurosamente consistente: México requiere una reforma constitucional para permitir mayor inversión privada, pues es necesario modernizar la empresa y el sector sin perder la propiedad de los recursos ni la rectoría sobre Pemex. El secretario de Hacienda, Luis Videgaray, le ha puesto, además, perfume al discurso, lavanda para el verano tormentoso: la reforma debe detonar miles de empleos y hacer que baje el costo de la energía en las casas y centros de trabajo.

Nada de eso le importa a la izquierda, sean chuchos o lopezobradoristas, Ebrard o Miguel Barbosa. La reforma de Pemex los hermana en un lema que todos saben cuán tramposo es, pero también cuán taquillero y jalador: inversión privada es igual a privatización.

Mañana comienzan los foros y el miércoles se anuncian las primeras movilizaciones para edificar el predecible muro contra el proyecto energético del gobierno de Peña Nieto. ¿Descontó ya esa pérdida el gobierno? ¿Se siente seguro ya para ir a una batalla de riesgo contra la izquierda?

Videgaray y el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, repiten que habrá “reforma de gran calado” este año. Se ve difícil. Y más después de observar lo que ocurre en Brasil, la velocidad con que apareció y se contagió la protesta. Protesta de “gran calado”.