Estaba la mar en calma

La Rafael Alberti, que duró 97, vio luz con la mar en calma, como el moro del romance de Abenámar.

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El próximo 16 de diciembre se cumplen 110 años del nacimiento del poeta Rafael Alberti. Su vida, que duró 97, vio luz con la mar en calma, como el moro del romance de Abenámar, que nació con ese augurio: “El día que tú naciste / grandes señales había! / Estaba la mar en calma, / la luna estaba crecida”, pero transcurrió en una prolongada tempestad en la que se templó al humanista rebelde que con la palabra recreó el mundo, que es como los poetas intentan acercarnos al verbo originario.

Después de dedicarse a la pintura, la pena por la muerte de su padre desencadena al escritor. Comienza a escribir Marinero en Tierra, preparación para su largo recorrido, anunciado en esta petición a un capitán de navío: “Todos los litorales amarrados del mundo / pedimos que nos lleves en el surco / profundo / de tu nave, a la mar, rotas nuestras cadenas”. Como si presagiara que tendría que partir, apenas pocos años después, para ser parte del largo destierro exterior e interior que fue para los españoles el triunfo del Franquismo al final de la guerra civil; pues no sólo el desarraigo físico, sino también el espiritual, te hacen apátrida. Pero él siempre sería un hombre libre.

Perteneció a la generación del 27, que marcó con su amplitud y diversidad el destino de esa España portentosa y contradictoria, junto a nombres fundadores como Jorge Guillén, Pedro Salinas, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre y Emilio Prados. Muy pronto, se acercaría a la política impulsado por la rebelión ante la dictadura de Primo de Rivera y radicalizado en los años de la República española y la guerra civil. El activismo marcó su obra, pero nunca diluyó al poeta íntimo y espiritual; fue un experimentador y, por lo mismo, sujeto de muy diversas clasificaciones: neopopularista, gongorino, surrealista, realista.

Leerlo es siempre alimenticio, siempre el mar, aunque siempre regresamos al poeta de Sobre los ángeles: No, no te conocieron / las almas conocidas. / Sí la mía… / Y por desconocida / las almas conocidas te mataron. / No la mía.

Casi al final de su vida escribe Altair, nombre de la brillante estrella de la constelación de El Águila en el hemisferio norte, llamada por los árabes elnars-el-tair, que cae a la mar para llevarlo: Ya estás del mar aquí, flor sacudida, / estrella revolcada, descendida / espuma seminal de mis desvelos. / Vuélcate, estírate, tiéndete, levanta, / éntrate toda entera en mi garganta, / y para siempre vuélame a tus cielos.

No sin antes recorrer la tierra, como el mismo Alberti, errante y universal, recorrió las letras y el mundo: Nunca se vio a una estrella a pie por los caminos, / ni pararse de pronto, detenerse, / señalando, prendiendo, iluminando…

Así es como hoy, Alberti, fundido en Altair, sobrevuela la noche.

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