La estabilidad no basta

La estabilidad económica no ha significado la salida de la miseria de veinte millones de personas, ni la superación de la pobreza de otros cuarenta.

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El secretario de Hacienda, Luis Videgaray, ha venido defendiendo las políticas económicas del gobierno con el argumento de que, pese a la complejidad del contexto internacional, han mantenido la estabilidad en ese terreno.

Esta condición podía ser importante y hasta esperanzadora hace treinta años, cuando los mexicanos padecíamos el desastre de la hiperinflación del gobierno de De la Madrid; hace veinticinco, cuando con gran precariedad estructural Salinas suplía su falta de legitimidad democrática con compromisos internacionales que, a cambio de soluciones financieras momentáneas, condenaban a millones a la pobreza transgeneracional; o incluso hace veinte, cuando otro economista post-graduado en Estados Unidos,

Zedillo, prometía que se superarían los desastrosos “errores de diciembre” de 1994. Hoy, sin embargo, cuando el grueso de los mexicanos hemos pagado enormes e innecesarios costos sociales y personales a cambio de una economía estable, esta condición dada es del todo insuficiente para generar satisfacción con el estado de cosas.

La estabilidad económica no ha significado la salida de la miseria de veinte millones de personas, ni la superación de la pobreza de otros cuarenta. Los beneficios desbordados que con ella han obtenido los grandes capitales y los inversionistas extranjeros de ninguna manera han llegado, ni aún de manera proporcional, a los distintos segmentos de la población.

La pretensión de que estos sectores están en la obligación moral de conformarse, pues la alternativa de la inestabilidad los golpearía mucho más, rebasa lo abusivo para volverse cínica. Tras más de tres décadas de neoliberalismo, la teoría de que la acumulación de grandes fortunas generaría un “derrame” económico hacia los sectores desfavorecidos se ha demostrado falsa sin matices.

En el momento actual, la necesidad de transitar a otro modelo económico, con capacidad de superar la pobreza en menos de una generación, se hace evidente; no nada más por la pauperización y el enorme dolor humano que significa, que por sí mismo ya sería razón suficiente, sino, entre otras cosas, por la urgencia de dar esperanza a quienes hoy optan por la delincuencia como único mecanismo de supervivencia a su alcance.

Está en juego el destino de todos. También el de los ricos.

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