Estudiar, mejor que simplificar
Lo que hay que hacer, en vez de simplificar, es estudiar muy bien nuestro maravilloso idioma, el que, con todas sus normas, le permitió al Gabo (para sus amigos) ser el maestro del realismo mágico.
Voy a tener el gusto de discrepar de mi amigo el Dr. José Cerón Espinosa y de su panegírico a Gabriel García Márquez, cuyos méritos literarios sería un tonto si los niego. Dice el respetado galeno que el Gabo (para sus amigos) propuso en Zacatecas “sólo eliminar las haches rupestres” y simplificar la gramática, lo cual, sin embargo, no fue así.
Lo que el colombiano premio Nobel propuso iba más allá, hasta “jubilar la ortografía, terror del ser humano”, firmar tratados de límites entre la G y la J y poner “más uso de razón” (sin que haya explicado qué quiso decir con esto) en los acentos escritos, tesis que a mí me siguen pareciendo barbaridades.
Creo que la excesiva simplificación –y José, como científico que es, lo sabe- causa mucho daño. Por el camino de hacer fáciles las cosas a todos nos vamos yendo al despeñadero de la incultura y caemos en catastróficos excesos como precisamente nos demuestran las redes sociales.
Además, las haches no son rupestres, están en la genética de las palabras. Imagine usted que el galeno quiera curarle de iperidrosis (sudoración excesiva: hiperhidrosis) o que uno caje en vez de otra palabra que se escribe con g y u (muda en este caso). Lo que hay que hacer, en vez de simplificar, es estudiar muy bien nuestro maravilloso idioma, el que, con todas sus normas, le permitió al Gabo (para sus amigos) ser el maestro del realismo mágico.