Bestiario es un libro poco común, su autor no lo escribió, lo dictó en tan sólo una semana, poco antes de que se venciera la última prórroga para su entrega. Así lo cuenta José Emilio Pacheco en el fabuloso Postfacio que acompaña la edición Planeta/Conaculta 2002:

(Juan José) Arreola se tumbó de espaldas en el catre, se tapó los ojos con la almohada y me preguntó:

-¿Por cuál empiezo?

Dije lo primero que se me ocurrió:

-Por la cebra.

Entonces, como si estuviera leyendo un texto invisible, el Bestiario empezó a fluir de sus labios: 'La cebra toma en serio su vistosa apariencia, y al saberse rayada, se entigrece. Presa de su enrejado lustroso, vive en la cautividad galopante de una libertad mal entendida'.

La obra está conformada por 23 relatos, y aunque cada uno hace referencia a un animal distinto, es preciso advertir que los límites taxonómicos del reino animal se van desdibujando a medida que la descripción avanza:

Pero la estación amorosa cambia el orden de las cosas. Ellas despiden irresistible aroma. Y las seguimos enervados hacia una muerte segura. Detrás de cada hembra perfumada hay una hilera de machos suplicantes, en 'Insectiada'.

Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de savia rencorosa, como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay una secreta proposición de canje, y la fealdad de sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad de espejo, en 'El sapo'.

Después de observar meticulosamente la fauna que lo circunda, el poeta describe a unos en términos de otros, la clasificación de especies se mantiene abierta en cada relato, se propicia la involuntaria identificación de cada lector con el animal que lo humaniza.