A favor del sedentarismo
Los hábitos sedentarios han sido criticados con tratados científicos que demuestran su nocividad, pues se confunde el sedentarismo con lo pasivo.
En un mundo lleno de corredores y demás fauna 'fitness', donde no cuidar la salud y la figura es mal visto, los hábitos sedentarios han sido criticados con tratados científicos que demuestran su nocividad, pues se confunde el sedentarismo con lo pasivo. En esa posmodernidad que vivimos tan ocupados corriendo, pocos se han detenido para preguntarse cuál es el valor de la vida sosegada e insana en contraste con la salud y la estética que parece ser el dogma que nos rige hoy en día.
Hacer ejercicio ciertamente libera endorfinas y nos hace sentir bien con nosotros mismos, ¿pero estas reacciones placenteras no son acaso equiparables con la sensación otorgada por la contemplación de la mente y el espíritu? Poco espacio queda para el arte y la belleza donde todo se mide a partir de tiempos, kilos y calorías quemadas. Luego entonces cabe preguntarse, ¿qué valor tiene una vida saludable pero vacua? Paulatinamente los seres humanos nos hemos olvidado de que nuestra evolución le debe todo al hombre sedentario, que supo abandonar su nomadismo a favor de una vida cómoda y controlada, cuyos beneficios sin duda redundaron en el desarrollo de las tecnologías, el lenguaje y el intelecto de los cuales hoy gozamos pero que desdeñamos al darlos por 'sentados', dado que el estatismo corporal es impopular y equivale a parálisis intelectual.
¿Qué diría el orondo Balzac del comentario que me hizo un laureado escritor: 'No basta con ser escritor, hay que parecerlo?'. ¿Qué ha pasado con esos hombres consagrados al ejercicio de su cerebro y, por ende, de su espíritu? Antaño les llamaban genios u hombres del Renacimiento, mas en la actualidad peyorativamente se les vitupera como 'ratas de biblioteca', 'traseros gordos' o 'fofos'. Sin que sirva como apología del descuido estético, considero una frivolidad que se ponga por encima del cuidado neuronal que nos ha colocado paradójicamente en lo más alto y lo más bajo de la pirámide animal.
Algunos dirán que hay que decantarse por un sano equilibrio, falacia sin duda inventada para otorgar consuelo a propios y extraños ante un hecho innegable: lo único seguro es la muerte. Y dado lo efímero de nuestra existencia y lo absurdo de los hábitos saludables que no ofrecen garantía alguna de longevidad y mucho menos de perpetuidad, ¿vale la pena ocuparse persiguiendo una fugaz belleza tan inasible como la juventud y la salud?
Otros, como el personaje de Melville llamado Bartleby dirían: 'Preferiría no hacerlo'. Los menos -como Wilde- considerarían la dicotomía como una mera vulgaridad, ya que “no existe nada de lo que yo no sea capaz para conquistar mi juventud, nada, excepto hacer ejercicio, levantarme temprano o ser un miembro útil para la sociedad”. Siendo así, hagamos algo trascendental con nuestras vidas; de lo contrario, sólo estamos robando aire.