La fea intimidad (y 2)

El presidente del INE no se pitorrea con igual desprecio de los extranjeros que hablan mal español, en cambio de los indígenas sí.

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Los conceptos vertidos por Lorenzo Córdova en las conversaciones que ilegalmente se difundieron son inexcusables. Y no porque lo que revelan sea tan grave que no se deba tolerar, que lo es, sino porque no se trata de actos susceptibles de corregirse, pues reflejan las más íntimas concepciones raciales y lingüísticas de un político hecho, que por tanto no es de esperar que cambien fácilmente. La privacidad en que éstas se manifestaron subraya su carácter de creencias profundas, tanto que quizá ni siquiera alcanzan a ser plenamente reconocidas.

Sólo de las más íntimas convicciones puede resultar la burla al indio que se expresa en mal español. No hablar bien esta lengua ajena es juzgado sin piedad como un ridículo defecto personal. Paralelamente Córdova, que preside un organismo que actúa directamente con una población hablante de 365 lenguas nacionales, no concibe de ninguna manera la posibilidad de ser él quien se comunique en la lengua del otro, en este caso el hñähñú (otomí), del que Hipólito Arriaga Pote es hablante nativo. 

Es sin embargo de suponer que, es sus encuentros internacionales, el presidente del INE no se pitorrea con igual desprecio de los extranjeros que hablan mal español, como algunos de sus semipaisanos italianos, y a no dudar se esfuerza por comunicarse con ellos en otras lenguas europeas.

La naturalidad con la que se ofende a quien no habla la lengua de los blancos, la soberbia con la que se exige que los indios hablen el idioma del conquistador -cuyos descendientes hoy consideran absurdo y ridículo comunicarse en las lenguas que aquí se hablaban cientos de años antes de la imposición violenta del castellano-, la brutalidad de las palabras de Córdova, en fin, revelan un íntimo desprecio a los indios y sus lenguas, tan íntimo y personal que no se expresa en público, pero que en la privacidad se desahoga a plenitud, sin piedad ni pudor. No puede por tanto ser disculpado, pues aquello por lo que se piden disculpas sigue vivo y actuante, en su vida personal y en la pública.

Sólo una forma veo de pedir una excusa sincera: reconocer su propia deficiencia por no hablar más lengua nacional que el español y remediarla. Comunicarse con los representantes indígenas a través de intérpretes, mientras tanto, puede evitarle a Córdova burlas por hablar un pésimo hñähñú.

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