Felicidades para la música y los músicos, en su día
Mi anemia musical se debe a algo que muchos considerarían ridículo: me incomoda no entender la música.
Tengo un problema con la música, pensé, cuando descubrí que mi padre era un melómano (fanático de la música) que en la adolescencia prefería escuchar por horas a los Beatles a salir con sus amigos; y que mi hermana Gaby le vendió su alma a las Musas y a Apolo para convertirse en una impresionante saxofonista.
¿Qué falló conmigo? Jamás me he encerrado por horas a escuchar música, no puedo ni tocar el Himno de la Alegría en un piano, me molesta la música en vivo en los restaurantes y soy el único locutor en Yucatán que no presenta las canciones.
Nietzsche diría que vivo en un error y los neurolingüistas saldrían con su trillado “eres más visual y kinestésico que auditivo”. Estoy seguro que es más complicado que eso, pues la más simple melodía puede llevarme a las lágrimas.
¿Ignorancia musical? No, esa va más con quienes creen que los narcocorridos y el reggaetón son música de verdad.
Mi anemia musical se debe a algo que muchos considerarían ridículo: me incomoda no entender la música.
Y tratar de comprenderla, como dice Dietrich Schwanitz, es como pedir que te expliquen un chiste: se entiende intuitivamente y no por conceptos. “La música es el lenguaje que está más allá del lenguaje”.
La ordenación de sonidos sólo se podía explicar con la divinidad: la música era compuesta por ángeles y era el sacerdote o el chamán quien, al producir los sonidos, llevaba el mensaje de los dioses.
Sin embargo, son los músicos esos genios capaces de entender la música sin alejarse de ella. Capaces de interpretar una tercera menor en el canto de un cuco, de ordenar el tiempo con el ritmo y el sonido con la tonalidad, de saber de octavas, estrofas, vibraciones, intervalos, proporciones, acentos, notas, acordes, conjuntos y escalas, entre otros cientos de términos.
Una felicitación a quienes son capaces de ajustar el latido de nuestros corazones al ritmo de la música.
Felicidades a los mensajeros del amor, la felicidad, la paz y, sobre todo, de la esperanza. Felicidades a esos revolucionarios de las emociones. Tenían razón nuestros antepasados: tienen que ser ángeles.