¿Feliz cumpleaños?

La festividad de cumpleaños pareciera que la inventaron los mexicanos, sin embargo, la verdadera aportación nacional son Las Mañanitas.

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Siempre me he preguntado por qué celebramos los cumpleaños. Tal pareciera la más egocéntrica de las celebraciones: un año más de vida no supone mucha hazaña para la mayoría. 

Esta festividad pareciera que la inventaron los mexicanos, presas de una naturaleza despilfarradora que alguna vez describió Don Paz: piñatas, dulces, confeti y juguetes… o mariachis y un río de bebidas alcohólicas, “mordida, mordida” y “que te lleven a París”, sorpresas, regalos y un pastel. 

Sin embargo, la verdadera aportación nacional son Las Mañanitas. 

Velas, en memoria de los cirios usados en la Grecia Antigua, una por cada año, como los jalones de orejas españoles, los pellizcos americanos y los levantones al aire chilenos. 

Los cumpleaños alguna vez fueron prohibidos por la Iglesia Católica por considerarse una tradición pagana dominada por la magia: ese es, precisamente, el origen de un pastel con un círculo de velas encendidas, blindar al festejado de los demonios invocando al espíritu protector que lo acompaña desde su nacimiento.

¿Cuánta protección ofrecería una tarta con bengalas que no fuera ya garantizada por el onmipotente Dios?

No es difícil comprender la añeja aversión de los católicos a los cumpleaños: ¿qué razón habría para festejar el día en que nacieron en la carne con almas marcadas por el pecado original de Adán? Como con los Santos, es el día en que mueren lo que debiera celebrarse. 

Además, la Biblia misma no es condescendiente con este festejo.    

Y, por increíble que parezca, llegaron los esfuerzos para ponerle fecha al nacimiento de Cristo: 25 de diciembre en occidente y el 6 de enero en oriente. Para un sector de la Iglesia, todo el asunto de la Navidad era un sacrilegio: ¿cómo se atrevían a celebrar el cumpleaños del Hijo de Dios como si fuera un faraón?

Salvo para congregaciones como los Testigos de Jehová, que aún lo consideran una adoración idolátrica, se desistió en seguir paganizando el rito y los cristianos empezaron a celebrar su cumpleaños uniéndose al de su Salvador. Incluso le ponían una vela más al pastel para honrar la “luz de Cristo”.

Hoy voy a cenar con mis seres queridos, no habrá pastel –y no por temor–, celebraré con modestia y confío en no arder en el Infierno por eso.

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