Florence Cassez es inocente

Quien quiera arremeter contra Francia y denostar a sus ciudadanos tendrá primero que reconocer que ellos no linchan gente en las calles.

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En Francia dan por seguro que Florence Cassez es inocente. Por eso, por haber vivido la mujer una aterradora pesadilla de siete años y haber padecido una colosal injusticia, por eso la recibieron con los honores que merece el héroe, el mártir. Era la vuelta a casa de uno de los suyos, el retorno de una compatriota que, sin siquiera haberse dado cuenta, se había visto envuelta en una historia espeluznante.

Imagínenla ustedes: una joven desembarca en un país extranjero e intenta abrirse paso como todos aquellos que emprenden una vida diferente en una tierra lejana; busca trabajo, procura contactos y amistades, sale a divertirse, hace turismo y, entre otras cosas, tiene un novio que, a la larga, le resulta incómodo por esto o por lo otro —por celoso, por posesivo o simplemente porque ya no lo quiere— de manera que, un buen día, termina su relación. Ha dejado, sin embargo, algunos objetos y muebles en casa de él y vuelve, en su compañía, a recogerlos. Y es ahí, cuando los dos van en la camioneta del presunto jefe de la banda de secuestradores, que la policía los detiene. Ella, ni enterada y segura de su inocencia, no llega a inquietarse demasiado, por más que la situación sea realmente dramática. Pero, curiosamente, la policía los retiene a ambos durante un día entero, sin presentarlos ante la fiscalía. Y, a la mañana siguiente, les hace escenificar un montaje para consumo directo de una televisión que, por vez primera, va a trasmitir en directo la aprehensión de unos peligrosos delincuentes. Florence aparece entonces en la pantalla como una más de los secuestradores y es automáticamente sentenciada por el respetable público, que no sabe de detalles ni de puestas en escena.

Luego, sin haber recibido la atención consular a la que tiene derecho porque la embajada de su país no fue notificada en un primer momento, es detenida sin mayores trámites ni averiguaciones. Comienzan ahí a conformarse los elementos del proceso, para sorpresa de una presunta implicada que nunca imaginó que las cosas iban a llegar tan lejos; en un comienzo los testigos ni siquiera la reconocen pero luego ocurre algo que, en la visión de los analistas franceses, de algunos especialistas de estos pagos y de la propia acusada, va a determinar fatalmente el desarrollo del sumario: enterada de una entrevista televisiva donde el señor García Luna narra los pormenores de la operación, llama al programa informativo y desmiente al secretario federal de Seguridad Pública: no fue capturada en el rancho Las Chinitas, como quiere hacerlo creer el responsable de la detención y como han mostrado las televisiones, sino un día antes, en la carretera México-Cuernavaca. Esa intervención le va a costar muy caro a Florence: ha desafiado directamente a un poderosísimo funcionario del gobierno mexicano, hombre de todas las confianzas de Felipe Calderón, y a partir de ese momento toda la maquinaria de un sistema de justicia tan corrompido y tan escandalosamente ineficaz como el nuestro va a ponerse en marcha para condenarla, fabricando pruebas si es necesario, presionando a los testigos, desechando aquellas otras pistas que sí debieran llevar a la detención de los verdaderos culpables, sesgando las investigaciones y, finalmente, conformando un expediente tan jurídicamente dudoso y tan insostenible que, miren ustedes, esa, y no otra, ha sido la razón por la cual los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación la han puesto en libertad.

Hasta aquí, la historia tal y como la conocen la prensa francesa, el gobierno de Francia y una gran parte de la opinión pública de ese país. Y, con perdón, tal y como me la creo yo mismo (a excepción de la teoría sobre una posible venganza de García Luna porque esto, más bien, parece un asunto, bien común y bien corriente, de mera ineficacia en el desempeño de un aparato de justicia que, lo repito, está absolutamente podrido y poblado de funcionarios indiferentes, envilecidos, ineptos, ruines y tontos. Para mayores señas, miren ustedes la película Presunto culpable, una cinta, justamente, a la que un columnista francés hacía referencia lamentando que no se hubiera exhibido en la nación gala).

Y el problema, señoras y señores, es que no tenemos manera de defendernos porque, hasta nuevo aviso, México es un país que encarcela a demasiados inocentes y que deja en libertad a demasiados culpables. Quien quiera arremeter contra Francia y denostar a sus ciudadanos tendrá primero que reconocer que los franceses no linchan gente en las calles, no queman vivos a operarios de gasolineras y no entierran en fosas comunes a los extranjeros que cruzan su territorio (hablo de los centroamericanos que se adentran en estos pagos, estimados lectores) luego de haberlos mascarado salvajemente porque no los pudieron extorsionar o reclutar en sus filas.

Los magistrados de nuestro tribunal constitucional, al invocar la figura del proceso debido, han comenzado a restaurar la decencia de un país bárbaro y desordenado al que le falta todavía mucho camino por recorrer. Enhorabuena, señores ministros.

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