Gabo y Fidel

El premio Nobel dio a su militancia política el rango de una verdadera cruzada personal y se declaró siempre un hombre de izquierda.

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La muerte del gran escritor ha levantado una oleada de elogios, enaltecimientos, glorificaciones y aplausos, por no hablar de la pérdida que significa, para todos nosotros, el silencio definitivo de una voz que ha enriquecido indeleblemente la literatura universal. La gran mayoría de exégetas y hagiógrafos, sin embargo, han pasado de puntitas sobre el asunto de la filiación política de Gabriel García Márquez, a saber, ese declarado apoyo que siempre le ofreció al régimen de los hermanos Castro y la no menos visible simpatía, expresada a través de una amistad tan sólida como inalterable, que sentía por Fidel.

No es un tema menor porque el propio premio Nobel le dio a su militancia política el rango de una verdadera cruzada personal y se declaró siempre un hombre de izquierda. Pero, justamente, si los académicos suecos, como dicen las malas lenguas, le hubieran negado el gran galardón literario a Jorge Luis Borges por sus posturas ideológicas —en lo que hubiera sido una suerte de represalia por exhibir abiertamente su conformidad a las tesis de la derecha y soltar, por ahí, declaraciones de una descarada incorrección política— entonces cabe la pregunta de cuáles son los dictadores, en este mundo, que pudieran merecer adhesiones públicas, sin costo alguno para el adepto, y cuáles serían aquellos otros que, así fuere por mera y fortuita vecindad, te agencian un automático y oprobioso descrédito.

La respuesta la sabemos porque la revolución cubana sigue cosechando, a estas alturas todavía, adhesiones entre muchos individuos de los círculos presuntamente progresistas que, sin mayores problemas de conciencia, son perfectamente capaces de cerrar los ojos cuando hay fusilamientos, redadas, persecuciones de opositores, acallamiento de opiniones y grosero pisoteo de los derechos humanos en la isla siendo que, en casa, denuncian airadamente la menor transgresión perpetrada por el “poder” aunque ocurra en las reconfortantes condiciones aseguradas por el sistema democrático.

El problema, sin embargo, no es meramente de expresar una preferencia por un sistema político u otro, aunque las evidencias parecieran dejar ya muy claras las cosas. El asunto es mucho más apremiante y tiene que ver con un valor esencial: la libertad. Y, de paso, con la realidad subsecuente que resulta de la tiranía: el sufrimiento, puro y simple, de los humanos. Y, en este sentido, darle la espalda al activista cubano que se enfrenta valientemente al aparato represor de un régimen dictatorial y, por el contrario, ensalzar a sus verdugos, eso no está bien, aunque la glorificación la realice un grande de las letras. Creo, con perdón, que hay que decirlo. Aquí y ahora, a pesar de todo.  

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