Generales de espada virgen

La falta de conocimiento son evidentes cuando de tomar decisiones se trata: cambios incongruentes, decisiones irracionales y ocultamiento de información.

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¿Cuántas veces no hemos escuchado: le quedó grande la silla, está siendo rebasado, o en nuestra tierra: “Está corto tu fustán”? Pues esto amable lector hace referencia a que el lugar  que ocupas o el puesto que desempeñas te rebasan, sea por incapacidad o por mala actitud. Muy ad hoc a gran cantidad de gente cuya visceralidad obnubila y atropella su inteligencia y raciocinio.

Hago referencia a lo anterior porque recientemente me platicaba un compañero médico que con justa razón se quejaba por la forma de actuar de un superior –que, dicho sea de paso, su notorio desgaste y falta de conocimiento son evidentes cuando de tomar decisiones se trata: cambios incongruentes, decisiones irracionales, ocultamiento de información, reprobable maquillaje que matizan y empañan su pasada, ejemplar lucidez y don de gentes-. ¡Qué pena, sí conozco el caso!, le dije con tono claro. Deben ser las malas noches acumuladas,  que sumadas, condicionan los desatinos. Lo que no es justificable es su  la falta de probidad y oscuro, falaz actuar, destaqué.

El escenario presentado de supuesto funcionario de alto rango sirve de ejemplo, cual saga de artículo publicado en Milenio Novedades la semana pasada, separando el frijol que nunca falta en el arroz; analogía del actuar administrativo utilizado. 

Esto me lleva a otra reflexión sobre eventos repetidos y conocidos dentro de la administración en general, y me refiero al “miedo a dejar la silla”, o sea negarse a aceptar la anquilosis cerebral  y, cual  gato boca arriba, negarse a ceder el poder, toda vez que es la única manera de brillar, no siendo factible hacerlo por méritos y conocimiento. El daño que causan es mayúsculo con cada acción tomada.  En fin, seguiremos viendo que el faro que guía muchos destinos de despulidos centros asistenciales, a pesar del óxido y opaca intensidad de su luz, serán voces de rastreros; que ética y profesionalismo son sólo letras en el diccionario, que en la cuna les fueron negados. 

Creo que es momento de ir preparando la estafeta para que la creatividad de la nueva generación, asistida por “generales de mil batallas”, reactive la atención, sin la normatitis lesiva y decadente que agobia al doliente y que defienden aquellos generales de “espada virgen” -como diría un colega-, que desconocen cuánto hay que entregar para construir y trascender por los demás. Hoy debemos empezar a dar esas batallas, sin temor a dejar la vida en el campo de acción por quienes depositan su fe y confianza en nosotros.

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