Desde que el abuelo dejó de leer, en su casa ya no se compraban periódicos, ni se encendía la televisión o la radio cuando se transmitían noticias; a la abuela no le interesaba estar al día más que en sus labores. 

Para enterarse cómo andaba el mundo le bastaba abrir sus libritos de colores, decía que los protagonistas podían cambiar de nombre pero la situación era siempre la misma: el mundo pendiendo de ese frágil equilibrio que unos se encargaban de poner a prueba cada dos por tres y otros intentaban conservarlo.

Lo curioso era que esos libritos de formato horizontal habían sido publicados por primera vez en la revista Primera Plana de Buenos Aires en septiembre de 1964 y, desde marzo del siguiente año, en el periódico El Mundo, pero su carácter universal y atemporal los hicieron imperecederos. 

Al autor le conocen por el nombre de cariño que le fue dado desde niño, Quino, para diferenciarlo del tío que además del nombre le heredara el gusto por el dibujo.

En una entrevista, Joaquín Salvador Lavado señala que no fue fácil conseguir lo que se proponía, cuando le preguntaron: ¿cómo se las ingenió? Se rascó la cabeza, pensó un segundo, y con toda la sencillez respondió: “Sudando tinta”.

Los personajes de sus historietas han cobrado tal vida entre sus lectores, que cuando le preguntaron a Julio Cortázar qué pensaba de Mafalda, el escritor contestó: Bueno, me parece más interesante saber lo que Mafalda piensa de mí.

Quizá quieras recordarle en un pasaje:

-¿Por qué demonios los adultos se la pasan haciendo y diciendo cosas que uno no entiende?

-Es muy sencillo, Susanita

-Cuando llegás al cine y resulta que ya están dando la película, ¿la entendés?
-No

-Bueno, con los adultos ocurre lo mismo ¿cómo vamos a entenderlos? ¡Si cuando nosotros llegamos, ellos ya estaban todos empezados!

Gracias a la genialidad de Quino podemos disfrutar de una Mafalda siempre viva.