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Son innumerables los chistes que la gente ha inventado a lo largo de los años acerca del Padre Álvaro García Aguilar...

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La fila de quienes pretendían ingresar al paraíso parecía interminable. San Pedro, poseedor de las llaves del Reino, sudaba y temblaba ante la cantidad de trabajo que tendría que sacar adelante aquel ajetreado día, de modo que se le ocurrió un método muy simple para dar trámite al cúmulo de solicitudes que estaba recibiendo, y que consistía en hacer una muy simple pregunta a cada aspirante:

¿A quién quieres más, a Dios o al dinero? Si la respuesta era que al dinero, lo enviaba sin posibilidad de retorno a la calurosa, flameante y obscura mansión de enfrente, administrada por aquel rojo y diabólico personaje cornúpeto que se nos presenta siempre blandiendo su amenazador trinchante. En cambio si respondía que a Dios, inmediatamente le daba la bienvenida y abría de par en par las puertas del Cielo, para darle acceso a gozar de la gloria eterna. El singular procedimiento funcionaba a la perfección, hasta que llegó el momento en que uno de los aspirantes respondió tajante:

A los dos. Entonces las perlas de sudor volvieron a surcar la amplia frente de San Pedro, había encontrado una falla en su innovador sistema y no encontraba el modo de salvar la cuestión. Desesperado acude al despacho del Jefe y le plantea el difícil dilema al que se enfrentaba, a lo que el Eterno, con misericordia y ternura infinitas, le responde: Ay hombre Pedro, ¿qué no ves que es el Padre García? ¡Déjalo entrar de inmediato!

Son innumerables los chistes que la gente ha inventado a lo largo de los años acerca del Padre Álvaro García Aguilar, párroco hasta ayer del templo católico de María Inmaculada, en el fraccionamiento Campestre.

Reproduzco el anterior, que es del dominio público desde hace muchos años, créanlo o no, con profundo respeto. Sé que es una broma que no concuerda con la realidad. Sé también que él mismo conoce los chistes que de él se dicen y las críticas de las que es objeto, y a pesar de eso decide tomárselas con ligereza, y seguir su camino de amor, de obras y de servicio que se trazó desde que tomó la valiente decisión de abrazar la vocación sacerdotal, una decisión que pocos, lamentablemente muy pocos, tienen la entereza, gratitud y sabiduría de tomar hoy día.

Me dio gusto asistir a la solemne misa de acción de gracias y de despedida del P. Álvaro el pasado jueves por la noche, atestiguar la alegría y noble obediencia con la que él asume esta decisión del Arzobispo, pero sobre todo que, a pesar de críticas y chistes, sus feligreses le profesamos un cariño y un respeto que se puso de manifiesto no solamente con la multitudinaria asistencia, sino respondiendo a las fórmulas de la misa con fuerza y determinación, como él siempre exigía, y prodigándole en varias ocasiones durante la ceremonia sonoros y muy sentidos aplausos que por supuesto tiene más que merecidos.

¡Gracias, muchísimas gracias Monseñor Álvaro García Aguilar, que Dios lo bendiga!

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